Q.D.E.P
CARLOS FERMÍN
(1985-2015)
Finalmente lo lograron. ¡Me mataron! Yo sabía que tarde o temprano lo lograrían. Los maldigo más allá de la infinita eternidad, sin importar el destino de sus miserables vidas. Ya venía tiempo jugando con el fuego intelectual, y era cuestión de tiempo para que me decapitaran la razón. ¡El Mundo es tan pero tan injusto! Ahora estoy convencido de que todo el drama, está escrito para la gente más tonta que coexiste junto a nosotros. No vale la pena gastar más neuronas, intentando generar una luz de sabiduría en las cabezas huecas que viven a nuestro alrededor, y que para colmo, son los reyes y las reinas de cada exiguo momento quemado por la ignorancia del Ser.
Nada va a cambiar. Estamos simplemente condenados a vivir vacíos en la irracionalidad de un planeta Tierra, ahogado en la gran mentira suprema del Homo Sapiens. ¡Maldita sea! Me destruyeron. Muchísimas gracias por conseguirlo, ya que estaba cansado de seguir batallando del punto A al punto B, sabiendo que jamás llegaría al celestial punto C. Perdí la capacidad de análisis, discernimiento e introspección, debido a un fortísimo dolor de cabeza causado por una mortífera puerta, que me fulminó el cerebro en un inolvidable santiamén.
Les juro que intenté regresar en mí, pero no pude. Yo sé que lo mejor es lo que pasa, pero a veces cuesta muchísimo trabajo entenderlo y resignarse en alto contraste. El Mundo está contemplado a imagen y semejanza de la gente estúpida. Esa muchedumbre que confía en Dios, sin saber que dios no existe. ¿Cómo van a creer en esas tonterías bíblicas en pleno siglo XXI? La culpa se fragua en el hambre, en la sed y en la impunidad de los millones de angelitos que rezaron por creencia, y sucumbieron por el estigma del frío, del calor y de la soledad que se vive en nuestras calles.
Nada va a cambiar. Estamos simplemente condenados a vivir vacíos en la irracionalidad de un planeta Tierra, ahogado en la gran mentira suprema del Homo Sapiens. ¡Maldita sea! Me destruyeron. Muchísimas gracias por conseguirlo, ya que estaba cansado de seguir batallando del punto A al punto B, sabiendo que jamás llegaría al celestial punto C. Perdí la capacidad de análisis, discernimiento e introspección, debido a un fortísimo dolor de cabeza causado por una mortífera puerta, que me fulminó el cerebro en un inolvidable santiamén.
Les juro que intenté regresar en mí, pero no pude. Yo sé que lo mejor es lo que pasa, pero a veces cuesta muchísimo trabajo entenderlo y resignarse en alto contraste. El Mundo está contemplado a imagen y semejanza de la gente estúpida. Esa muchedumbre que confía en Dios, sin saber que dios no existe. ¿Cómo van a creer en esas tonterías bíblicas en pleno siglo XXI? La culpa se fragua en el hambre, en la sed y en la impunidad de los millones de angelitos que rezaron por creencia, y sucumbieron por el estigma del frío, del calor y de la soledad que se vive en nuestras calles.
La religión es un lujo que atrae el salitre de los más salados. Analfabetas que acentúan la fe, obviando que fe no lleva tilde. Los que se casan y tienen un millón de hijos, porque son mentes débiles que se asfixian ante la presión social, y copian la desdicha en un segundero a retrospectiva.
Aquellos trogloditas que adoran al dios dinero, para que les compre los billetes del ganado porcino que comen a diario. Los tarados que nunca reciclan la mierda que consumen a diario, y se sienten los dueños de la realidad intangible que pagan con tarjeta de crédito. La gentuza que quiere lo rápido, lo fácil, lo simple. Consumismo, materialismo y frivolidad. Ellos son felices viviendo a plenitud en su insignificante vida de sumisión, y nosotros tenemos que sufrir las de Caín, usando un poco de materia gris que se pagará con un sinfín de patas de gallo, con una vista prematuramente borrosa, y con un lomo jorobado que ya no puede andar en pie de lucha.
Disculpen que me estoy contradiciendo por vez primera, pero ya me cansé de nadar contra la corriente, a cambio de recibir más y más pesadillas de nunca acabar. Soy libre pese a que estoy preso en mi propia cárcel. Yo les dije de buena manera que me respetaran, pero ellos siguieron irrespetando mi templo bendito de inteligencia emocional. No me arrepiento de haberlos asesinado a sangre fría. Los borré del mapa y disfruté un mundo borrándolos de mi mapa. Por desgracia, cada vez que intento rememorar la memoria agobiada, sólo veo a mis cuatro dedos de frente quedarse aletargados en un agresivo puño cerrado, preguntándome ¿Por qué lo permitiste?
Lo peor es que tiene toda la razón. Jugué con fuego y me quemé. No me juzgues sin conocer mi interior. La gente no cambia y bien supieron demostrármelo. Recuerdo el día que llegó tragándose el orgullo, y diciéndome que su hijo mayor lo estaba envenenando, para quedarse con la pradera del fugaz algodón larense. Lo ayudé y me apuñaló por la espalda. Me da vergüenza no haber sido capaz de salir del infierno por mis propios medios. Ahora tengo que escribir una agridulce despedida, que sabe a desilusión, a confusión y a desgano.
El pasamano en la escalera me atormentaba en la noche de un viernes Santo. Los incontables ladridos estremecían la locura pasajera. El dilema se centraba en bajar o subir los 19 escalones de la revelación gravitatoria. Esto no es ficción. Yo veía la nave extraterrestre en el cielo. Sus luces, sus colores, sus movimientos. Fue una experiencia sobrenatural que me abrió los horizontes mentales, con todos esos rayos resplandecientes que caían en el firmamento a contraluz.
Sin embargo, dada la insistencia de los punzantes ladridos que escuchaba muy cerca de la debacle, tuve que iniciar el conteo regresivo existencial y bajar con paciencia cada uno de los escalones. Era un ser expectante con tendencia a lo inimaginable. Faltando tres quiebres de rodilla para terminar con el martirio, apareció frente a mis ojos un retrato fantasmagórico en la cochera. Él llevaba tiempo viviendo a escondidas, y estaba esperando el momento idóneo para desafiarme. Es cierto que su visita me tomó por sorpresa, pero tras enfrentarlo, se esfumó como el humo y por más que lo busqué entre los cachivaches, nunca más se acercó al iris de la tragedia taciturna.
Una vuelta a la manzana luego de subir y bajar la sombría escalera, fue suficiente castigo para comprender que había sido testigo de la curiosidad empírica, porque tuve la voluntad de no estancarme en el medio del océano otoñal. Por fortuna, las cenizas del volcán me dejaron una fotografía que demuestra la espontaneidad de mis alucinaciones, y reafirma que nadie es mentiroso de nacimiento.
¡Me mataste! Y lo más triste, es que ni siquiera sabes lo que hiciste. Aunque si lo supieras tampoco te importaría. ¡Qué difícil es lograr que la Humanidad piense un poquito en el sufrimiento de su prole! A veces sentía muchísimo miedo de interactuar con otros Seres Humanos. Tanto así, que me convertí en un ermitaño que copuló su fatal inanidad. Diría que lloraba en secreto, pero estoy tan entumecido que ya no puedo llorar por la nostalgia voluntaria. Mis lágrimas fueron boicoteadas por un brazo mecánico, que no funcionó en las entrañables horas del mediodía.
Quedé con el alma rota sin posibilidad de reacción. La desquiciante alarma sacudió al ladrón y pagaron justos por pecadores. Es como estar rodeado de máquinas robóticas llenas de ombligos viciosos, que conspiran a favor de la envidia, de la hipocresía, del egoísmo, de la terquedad y de la maldad. Ellos dominan los cimientos del Mundo. Son la mayoría. Nacen, crecen y se reproducen, aprovechando todo lo negativo que se acumula con el paso del pecado generacional. Me duele mucho escribir estas palabras. Es la primera vez que tengo que esforzarme, para hacer lo que por naturaleza me gustaba hacer. Cuando las cosas ya no salen como uno quiere, es mejor olvidarse de todo y dejar que el Diablo se salga con la suya.
Yo sé que la perfección no existe, pero me encantaba desafiar la imperfección del brillante periplo sideral. Desde que me reventaron el estómago a los tres años de edad, y me clavaron la punta de una hojilla oxidada en los linderos de mi ceja derecha, sabía que el destino sería muy cuesta arriba para quienes callan la verdad, por temor a cambiar el origen de la familia adoptiva. Esto no se lo llevará el viento. Las cicatrices arden con el paso del tiempo. Se revelan y se rebelan. Te enloquecen.
Intenté dedicarme de corazón a mis convicciones, pero ya no debo seguir navegando de madrugada, en un calvario que nunca me lleva a buen puerto. Agradezco a todos los lectores que fueron cómplices en los retratos hablados de mis historias, y leyeron la trágica esquizofrenia de un errante esquizofrénico.
Yo jamás me escondí del pasado, siempre encaré todas y cada una de las burlas, de las miradas y de los problemas que se me presentaron en el lejano olvido taciturno. Pensaste tanto en mi futuro que te olvidaste de mi presente, y ya es demasiado tarde para regresar las agujas del reloj veinteañero. Me considero un hombre valiente porque no me rendí en la tormenta de polvo, aunque la adversidad se llevó mi inocencia, mi espíritu y mis ganas de vivir la vida. Muy en el fondo, esperaba que este sueño también fuera destruido por el capricho de los demás. Como siempre, nunca por mi indecisión y siempre por culpa de lo desconocido.
Yo amaba el silencio, hasta que me atrasaron en la película de la paranoia, en la estática de la televisión a blanco y negro, en la angustia de taparme los oídos enmudecidos, en la intoxicación con tantas injustificadas pastillas, en la adicción de los rituales para empezar de cero en cero, y al ver cómo me había transformado en un esclavo que resintió, aceptó y añoró continuar afilando las garras de la imposición vecinal.
Cometí muchísimos errores, pero creo que fui una victima de las circunstancias. Nunca pude encajar en esta sociedad. NO entendí sus reglas, sus deberes y sus derechos. Jamás escribí por plata. Sólo quería una gota de paz en el desierto, para olvidarme de los ancestrales demonios que se apoderaban de mis afligidas sienes. Les aseguro que ellos tienen grabada la marca de la bestia en sus cuerpos, y recuerdan con devoción la crisis de un elefante hiperactivo.
No me cortaron las alas porque jamás aprendí a volar. Cada vez que intento abrir la mágica ventana de la libertad, siento que me parten la cabeza con un martillo de demencia. ¡Perdónenme! Me voy limpio. Ahora debo enfrentar el último sagrado obstáculo del camino, para caer lleno de felicidad en la oscuridad del abismo, y alcanzar el descanso eterno que tanto pedí y que finalmente llegó.
Amén