¡PERDÓNAME!
Por Carlos Fermín
Estamos acostumbrados a vivir en una eterna pesadilla dentro de nuestros más profundos sueños. La historia se repite una y mil veces. Es mágico, es espeluznante, es la realidad. Cuando estamos a punto de ahogarnos en el fondo del océano, cuando estamos a punto de recibir la bala ensangrentada en medio del pecho, y cuando estamos a punto de quedar asfixiados en un valle de sombras maquiavélicas, siempre un ángel caído se encarga de despertar nuestro letargo existencial, y nos devuelve la sagrada vida que creímos haber perdido por culpa del agobiante pasado.
Pero, ¿Qué pasa cuando nada ni nadie puede regresarte el azulado cielo, el verde pasto y el rojizo fuego? ¿Qué pasa cuando te das cuenta que nunca despertaste de la pesadilla y sigues atada a ella? ¿Qué pasa cuando comprendes que la esperanza de abrir los ojos y volver a soñar, quedó aniquilada en una silueta que jamás volvió?
Esa fue mi historia. Nunca entendiste mi vida y por eso nunca entendiste la vida. Yo tenía que despertarme todos los días a las tres y media de la madrugada, ir hasta la central de autobuses y alucinar un par de horas dentro de un terremoto, para llegar sano y salvo a la universidad. Tú deseabas el sol, el amor y la sonrisa de mis labios, pero yo sólo podía entregarte la oscuridad, la confusión y la tristeza de mis palabras.
Pero, ¿Qué pasa cuando nada ni nadie puede regresarte el azulado cielo, el verde pasto y el rojizo fuego? ¿Qué pasa cuando te das cuenta que nunca despertaste de la pesadilla y sigues atada a ella? ¿Qué pasa cuando comprendes que la esperanza de abrir los ojos y volver a soñar, quedó aniquilada en una silueta que jamás volvió?
Esa fue mi historia. Nunca entendiste mi vida y por eso nunca entendiste la vida. Yo tenía que despertarme todos los días a las tres y media de la madrugada, ir hasta la central de autobuses y alucinar un par de horas dentro de un terremoto, para llegar sano y salvo a la universidad. Tú deseabas el sol, el amor y la sonrisa de mis labios, pero yo sólo podía entregarte la oscuridad, la confusión y la tristeza de mis palabras.
Piedra en los riñones
Eso fue lo que me dejaste. No me quejo porque aquí estoy. Aunque no sé si valió la pena el sacrificio, y desconozco si estás acompañándome mientras escribo esta vivencia. Cada día buscabas la manera de llegar hasta mis ojos. En tu mirada había la eterna inocencia de los veintitantos. Las ganas de soñar, de confiar, de abrazar, de imaginar, de simplemente vivir sin miedos, pero en medio de tanta simpleza, estábamos a siglos de distancia.
Yo siempre fui el nerd por fuera y la oveja negra por dentro. ¡Por favor entiéndelo! Me encontraba muy presionado. Los malditos cien kilómetros de distancia enlutaron mi destino, y tuve que callarlo en silencio. Era una sensación realmente horrible, hasta que comprendí que ya estaba perdido en mis mentiras, en mis rencores y en mis nostalgias.
Nunca olvidaré la primera vez que te conocí. Fue un lunes de mayo por la mañana. Tu filosofía fantaseaba en secreto, y yo rescataba los minutos que la tinta seca me había arrebatado. Llegamos juntos al tercer semestre, y desde allí, los gestos se transformaron en monosílabos. Cuando te enamoras cometes muchos errores que saben a triunfos, hasta que llega alguien por la espalda y te golpea el orgullo de costado. Yo lo entendí muy tarde, y no me di cuenta que ya te había perdido.
Te adulé el día del padre y ni siquiera me regalaste un chiste. Yo seguí intentando, y me volviste a dar otro golpe de costado. Mis costillas se empezaron a quebrar muy lentamente. Poco a poco, me desesperé en sumar anécdotas que pudiéramos compartir en el futuro, pese a que tu único pensamiento se llamaba cero unidades crédito. Obsesiones, persecuciones, justificaciones. Empiezo a creer que fue un amor no correspondido. Hoteles, besos y pasiones. Disculpa, no soy de piedra. Galletas, fútbol, monedas. ¿Por qué jugaste conmigo?
Agotamiento físico y mental
Una tarde me encontré más desorientado que de costumbre. Ya no me importaba absolutamente nada. No sé cómo llegué hasta el manicomio. Recuerdo que a mi llegada, estaban incinerando basura a cielo abierto, siendo la mejor ofrenda floral para celebrar la derrota. Supongo que el ardor abrasivo me atrajo por mi astuta naturaleza cerebral. En esa oportunidad, me dije a mí mismo "Esto acaba hoy"
Caminé directo hacia las llamas del placer carnal. En un instante hallé la libertad que tanto anhelaba. Pero, cuando los cuervos me dijeron que la felicidad era imposible de alcanzar por los más miserables, entonces no dudaron en gritar a mi alrededor con un sadismo descomunal, que me obligó a salir del clóset en retrospectiva.
La cálida arena de la playa, se convirtió en la fría arena del desierto. Un día no pude más, y caí al suelo. Llore muchísimo entre las piedras de la carretera. Todos se quedaron mirándome, pero no me importaba, porque me sentía demasiado abandonado. Yo imaginaba que mis papás y mis hermanos viajaban hasta Maracaibo, y finalmente comprendían mi dolor. Ellos se iban acercando, ofreciéndome sus manos para ayudarme nuevamente a estar de pie, y poder despertar nuevamente de la pesadilla.
Pero por desgracia, ese espejismo de agonía nunca cruzó los linderos de la verdad. Solo me cansé de llorar, solo me levanté y solo regresé hasta mi propia muerte. El niño que le daba la bendición a propios y extraños, se convirtió en humo, en sonambulismo, en traición, en humillación y en desdicha. Nunca me perdonaré haber destruido nuestra amistad, pese a que jamás fuimos amigos con derecho.
Conmigo no se puede conmutar
Tras el paso de las olas, me fui olvidando de recordar, de volver atrás y de enderezar el camino. Promesas vacías se vestían de promesas incumplidas, para mendigar amor en la nube negra que recorría mi sien. Cuando por capricho insinuó el ofensivo verbo, me sentí aún peor, y tuve que sacrificar mi espíritu, a cambio de que la luz de sus ojos siguiera brillando con ingenuidad. Yo sólo deseaba que la juventud te concediera la luna, el cielo y las estrellas.
Piedra, sudor, arrepentimiento, venganza, frustración, injusticia, hambre, cansancio, sed, más sed y muchísima más sed, gritos, amenazas, alarmas, candados, engaños, lágrimas, rechazos, burlas, contradicciones, atrevimientos, esfuerzo, locura, olvidos y demencia.
Mil años perdidos, pero aquí sigo. Nunca más te volví a ver. Por eso estoy perdiendo el tiempo en cosas que jamás van a cambiar. Si te llego a encontrar, me olvidaría de todo el calvario para escuchar la aguda voz de tu perdón. Te entregaría mi puño y letra a cambio de tu infinita alegría. El implacable reloj se llevó nuestros mejores años. Y eso es lo que más me duele. El holocausto es el único recuerdo de mi vida.
Ninguna radiografía es capaz de entender y graficar el sufrimiento que se lleva en el alma. Al principio me resistí a la enseñanza y quise curar las heridas con premura, pero después comprendí que todos recibimos lo que merecemos. Mi castigo fue una lección aprendida. Sin amigos que consuelen, pero con muchos temores que ensordecen el cristal roto de la madrugada. Te sigo a todas partes, te siento a cada instante, y me culpo a cada momento. No hay día que no te piense. Me quedo como un tonto repitiendo tu nombre y deseando volverte a ver, pero me queda claro que la vida no es muy justa que digamos.
El animal galopando
Tal vez deba pagarle a la vida para que te encuentre. Quizás debo hacer trampa, y obligar a que el destino te traiga de vuelta. Puede que nunca te hayas ido o puede que nunca hallas existido. Estoy preso en un maldito hueco incapaz de matar a los demonios, y resurgir de las cenizas que imploran la quietud.
Simplemente no puedo. El monstruo que sólo sabe destruir a la gente buena del Mundo. No seré ni la primera ni la última persona, que pierda el amor de su vida por el placebo de las circunstancias. Si tengo que volver a verte, yo sé que te volveré a ver. Si debo olvidarme finalmente de ti, yo sé que jamás lo haré.
Quiero tu paz, quiero tu corazón, quiero tu cuerpo, quiero ser tu Ser. Llévate mi negatividad, mi devastación y mis infiernos. Tú y solamente tú, eres capaz de acabar con mi enfermedad. El día que regreses, volveremos a volar juntos, y ya no tendré que refugiarme en mi prosa, para pedirte perdón de rodillas. Ya no tendré que usarte en el pecado de un sábado por la noche, y ya no tendré que soñar despierto esperando que toques la puerta de mi absurda ventana.
Reflexión final
Cuando desperté de la pesadilla, estaba acostado en una camilla con pinchazos de aguja en mis brazos, y un codo flexionado que ocultaba mis ojos. Me topé con la auténtica extinción del arcoíris. Suero, soluciones y sangre. No fui vencido. Salí a buscarte y me encontré con una guerra frente a mis anteojos. Dicen que la lengua es el castigo del cuerpo, y desde ese día, estoy seguro que la sabiduría de la calle es obra y gracia de la experiencia acumulada con el paso de los años.
No me dejaron huir, pero igual huí. Con trifulcas nadie sana. La emergencia nunca fui yo, porque siempre fuiste tú. No me dejaron explicarte, pero igual todos conocieron mi historia. Una llamada de urgencia por el teléfono, y la vida te cambia en apenas un segundo. No me dejaron recordarte, pero igual hoy te sigo recordando.
No quiero que usted caiga en mi abismo, y termines arruinado en un mar de soledad taciturna. Si no te sientes bien, no te satures la cabeza con los malos pensamientos. Aprende la lección y sigue adelante con tu vida. No vale la pena rendirse por un trago amargo. Debemos encontrar la fuerza interior para poner los pies sobre la tierra, y dejar que todo fluya con la naturalidad del manto sacro universal.
¿Te atreves?
Sí
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