PERCEPCIONES
Por Carlos Ruperto Fermín
¿Te casarías conmigo? ¿Me adoptarías como mascota? ¿Me darías un beso en la boca? ¿Te provoco ternura o repulsión? ¿Piensas que soy amistoso o agresivo?
Por desgracia, es muy común que nuestra percepción sobre algo o alguien, NO se perciba con la objetividad que amerita la realidad presentada. Desde la prematura oscuridad del vientre materno, ya estamos suponiendo una vida interior que se codifica con las sensaciones, voces y pataleos de un feto en expansión, que decodificará su experiencia existencial en la inmensidad de un mundo exterior, donde el llanto de la genuina rebelión será boicoteado con una nalgada de obediencia.
Las reglas de juego impuestas por nuestros padres, por nuestra sociedad y por nuestro entorno, definirán la percepción que tendremos sobre esas reglas de juego. Es imposible desarrollar una percepción objetiva desde la edad temprana, porque nuestra libertad de pensamiento sigue estando condicionada a un molde perceptivo.
Si intentamos olvidar, deformar o romper el molde perceptivo adquirido, pues los dueños de nuestra percepción se encargarán de remoldarlo, para construir un nuevo marco cognitivo muchísimo más limitativo, prejuicioso y absurdo.
Sobran las palabras para describir la percepción errónea, en la que todos estamos salvajemente alucinados. La percepción es una completa y absoluta sugestión de la razón. Podemos ser ángeles o demonios, si la razón decide sobar la espalda o apuñalar por la espalda. En nombre de nuestra querida percepción, cambiamos el espejo de la realidad y lo convertimos en un disociado estado mental, que se siente todopoderoso para amalgamar un patrón de conducta, que con el paso del tiempo será el precursor de nuestro temperamento, será nuestro amuleto de la buena suerte, y será nuestra mayor barrera mental para afrontar los desafíos del destino.
Dicen que el objetivo es ser objetivo, y cuando finalmente conseguimos la objetividad en nuestras vidas, debemos entender el objeto de la percepción adquirida. Quizás todo suena muy complicado, marañoso y rebuscado, pero es precisamente en la calle de la confusión, donde podemos hallar la luz de objetividad.
Por eso es tan difícil ser objetivamente perceptivos, porque vivimos las 24 horas del día dentro de la calle de la confusión, y en esa caótica bruma de polvo no existe la racionalidad de los cinco sentidos.
Si vemos miseria, podemos ver alegría o injusticia. Si sentimos rabia, podemos sentir desconsuelo o alivio. Si oímos gritos, podemos oír pavor o euforia. Si olemos flores, podemos oler belleza o traición. Si tocamos fondo, podemos tocar esperanza o rendición.
Gracias a la subjetividad de nuestros cinco sentidos, nace el sexto sentido inconsciente que llamaremos la percepción. Nadie la invoca, nadie la compra, y nadie la vende. Pero su presencia con carácter de omnipresencia, se encarga de marcar el territorio psico-social que delimita al individuo. De allí, que la percepción es la respuesta cognitiva que surge por la interacción de nuestros sentidos, con las variables axiomáticas provistas por el entorno.
El mundo puede estar hundido en guerra y muerte, pero si en mi mundo impera el egoísmo, y el egoísmo es la base de mi mundo, entonces mi percepción será indiferente hacia la guerra.
El mundo puede estar hundido en guerra y muerte, pero si en mi mundo impera la conciencia, y la conciencia es la base de mi mundo, entonces mi percepción será intolerante hacia la guerra.
El indiferente a la guerra no es mejor que el intolerante a la guerra. El intolerante a la guerra no es mejor que el indiferente a la guerra. Simplemente son percepciones.
Según las páginas del diccionario, una percepción es la idea, el conocimiento o la sensación interior, que resulta de una impresión material hecha en nuestros sentidos.
Así como dicen que cada cabeza es un mundo, también cada cabeza tiene su propia percepción del mundo.
Si yo robo por necesidad, no lo percibo como un robo, sino como una necesidad. Justifico mi robo porque mi percepción lo aprueba.
Si percibo que el dinero es la felicidad, haré todo lo posible por conseguir más y más dinero, ya que mi percepción define al dinero como la felicidad, y justificaré el fin por el medio para conseguirlo.
Si percibo que golpear a mi hijo es señal de autoridad paternal, porque necesito corregir sus errores y defectos en la infancia, entonces mi percepción define la violencia como bienestar.
Si yo percibo que el adulterio me libera del estrés familiar, entonces mi percepción no lo considera como infidelidad a la pareja, sino como una alternativa para mantener unida a la familia.
No obstante, cada quien puede engañar y jugar con su propia percepción, dependiendo a la circunstancia y a la realidad que necesitamos percibir, para evitar que el remordimiento, la duda o el arrepentimiento, perciban “la verdadera percepción” que intentamos ocultarle a nuestros sentidos.
"La percepción perfecta de un individuo, NO es la que percibe con mayor objetividad la realidad contemplada, sino la que percibe con mayor sinceridad esa realidad contemplada"
Si usted percibe la guerra como un hecho positivo, porque su marco cognitivo así lo comprendió, y defiendes a capa y espada una invasión, un bombardeo y un genocidio, entonces hay total congruencia entre lo que piensas, sientes y dices. Podrán quemarte vivo por tu discernimiento, pero tu percepción es emocionalmente perfecta.
Si usted percibe la guerra como un hecho positivo, porque su marco cognitivo así lo comprendió, pero rechazas a capa y espada una invasión, un bombardeo y un genocidio, entonces NO existe congruencia entre lo que piensas, sientes y dices. Podrán glorificarte por tu discernimiento, pero tu percepción es emocionalmente imperfecta.
La ética y la moral, se perciben como valores fundamentales para la vida, dependiendo de la percepción que establecemos de la ética y la moral. Lo bueno y lo malo, el cielo y el infierno, la verdad y la mentira. Simplemente son percepciones.
Definitivamente los Seres Humanos viciamos la realidad, viciamos la objetividad, y viciamos la percepción. Es cierto que la percepción es completamente subjetiva, pero por culpa de percibir el libre albedrío como un auténtico libre albedrío, llevamos siglos cometiendo asesinatos, masacres, injusticias y violaciones, que se endiosan en nombre de una percepción religiosamente compartida.
PRIMERA PERCEPCIÓN
Vimos a un anciano con más de 70 años, abordar un autobús y predicarle el evangelio a los pasajeros. Con la Biblia en mano, el viejito decía que todo era pecado. La fiesta, el orgullo, la vanidad. Según el predicador, Jesucristo era el único camino para alcanzar la paz eterna, y para no quemarnos en la quinta paila del infierno. Con un tono de voz ofensivo y amenazador, el evangelista quería lavar el cerebro de todas las personas, que irremediablemente escuchaban sus gritos y reproches.
La verdad, sentí muchísima lástima de aquel viejito. Yo decía ¡WOW! ¿Vale la pena llegar a la vejez, para terminar esclavizado a una religión? Con tantos años, recuerdos y experiencias en la vida, ¿Vale la pena llegar a la vejez, para montarse en un autobús y venderle mi percepción a los demás? ¿Debemos tolerar que un don nadie haga el ridículo frente a nuestros ojos?
Yo me quito el sombrero con los abuelitos y con las abuelitas. La vida es una oda de obstáculos, y llegar a la vejez sano y salvo, significa haber vencido todos los obstáculos de la vida. Es un triunfo, una victoria, y un éxito. ¡Felicitaciones!
Pero pretender venderme tu percepción de la vida, solo porque tienes muchísimas canas, verrugas y arrugas en la vida, NO te da derecho a evangelizar mi propio camino. La edad no es sabiduría, no es inteligencia, no es claridad.
Somos el resultado de lo que vimos, escuchamos, sentimos, palpamos, olfateamos y degustamos, cuando gateábamos por la casa buscando el sabroso biberón. Si lo encontramos aplicando el ingenio, seremos ingeniosos. Si lo hallamos por ensayo y error, seremos científicos. Si lo obtuvimos golpeando la pared, seremos boxeadores. Si lo pusieron en bandeja de plata sobre nuestras manos, seremos lacayos. Si no había ningún sabroso biberón en la casa, seremos perceptivos.
SEGUNDA PERCEPCIÓN
Me dediqué un fin de semana a ver los cursos intensivos, transmitidos por el canal argentino Encuentro, y que por casualidad los encontré a través de Youtube. Visualicé todos los cursos de los pies a la cabeza. Carpintería, electricidad, plomería, albañilería, repostería y terminaciones.
Después de observar con detenimiento todos los contenidos, me dije en modo de autocrítica ¡WOW! No sirvo para nada. No sé hacer nada. Ni siquiera sé cambiar un bombillo.
Esa percepción negativa me estuvo acompañando mientras almorzaba, descansando en la cama, escribiendo en la computadora, bañándome y chismeando por la ventana. Me estaba persiguiendo un clima de derrota, de frustración y de impotencia, que pretendía ahogarme en una tormentosa depresión.
Pero con el paso de las horas y de los días, fui recordando imágenes, palabras, técnicas, procesos y momentos de aquellos valiosos cursos. Era como si todo el caos de la primera impresión, se estaba transformando en nuevas ideas, en orden y en calma.
Poco a poco, mi percepción escuchaba las voces del optimismo, de la tranquilidad y de la oportunidad. Mi voz interior afirmaba con vehemencia el siguiente disparate: “Ahora sé que no sé. Antes no sabía que no sabía nada, pero ahora sé que puedo saberlo todo”.
La ignorancia necesita del aprendizaje para aprender, y el aprendizaje necesita de la ignorancia para ignorar. Yo ignoré la crisis involuntaria que mis pensamientos estaban fabricando, y empecé a desarrollar una gran percepción positiva sobre el inexistente problema.
Me subí en la escalera y cambié un bombillo roto. Un poquito de autoestima. Engrasé el motor del ventilador y le quité el chillido. Un poco más de autoestima. Empujé con fuerza y taladré la pared. Ahora nadie pero absolutamente NADIE podrá detenerme.
TERCERA PERCEPCIÓN
Me obligaban a idolatrarlo, aunque yo solo quería dormir por la noche. Tenía que asistir a sus mítines, escuchar la demagogia, aplaudir con las palmas enrojecidas, y soñarlo hasta en la merienda. El jingle decía que un hombre vivía caminando las calles, que no tenía desplantes, que iba de frente y daba la cara, que era honesto y popular, que tenía firmeza, y que representaba una nueva conciencia.
Caras vemos corazones no sabemos. Bajo la luz del sol, era un hombre intachable, comprometido con el pueblo y con la justicia social. Bajo la sombra de la luna, era un hombre mentalmente enfermo, que sin generar sospecha logró sembrar dos árboles genealógicos en su tierra, para fecundar su mayor trofeo como político de pacotilla.
Dos hogares distintos, dos esposas distintas, dos familias distintas, dos teléfonos distintos, dos excusas distintas, dos automóviles distintos, dos cédulas de identidad distintas, y un mismo rostro de imborrable desvergüenza.
El color de su oscuridad ensombreció su oscuro corazón. Nadie pudo rescatarlo de su propio infierno sociopático. En la realidad de su percepción, se admitía jugar con los sentimientos de sus seres queridos, y como aprendimos en párrafos anteriores, la percepción perfecta de un individuo NO es la más objetiva, sino la que se percibe con mayor sinceridad.
Él no sentía culpa de sus mentiras, porque su percepción era cónsona con su acción, por lo que fácilmente pudo construir y recrear una doble vida, que se ocultaba con la seriedad, con la elocuencia, y con la templanza de un barco a la deriva.
Lo increíble, es que el monstruo sigue siendo idolatrado por sus allegados, porque nadie percibe el daño emocional que causó en sus inocentes víctimas, o porque sus víctimas necesitan percibirlo como el héroe de la película, para que las transferencias bancarias se sigan acreditando con puntualidad suiza.
Una misma percepción aceptada y compartida por los perceptores, puede llevar a la guillotina al más noble de los emperadores, puede consentir el apedreamiento del más apedreado, puede callar el grito del sufrimiento, y puede perdonar lo imperdonable.
Tu dulce o amarga percepción, podría amargar o endulzar mi percepción. Si permito que la amargues o la endulces, es porque percibo que puedo permitirlo. Simplemente, eres lo que percibes.