LOS OJOS DE PALESTINA
Por Carlos Fermín
Esta es la historia de Palestina, una bella mujer con hermosísimos ojos de miel azulada que cautivaba al gran oasis terrenal habitado por obra y gracia del Universo. Era de esas mujeres nobles, humildes, soñadoras, bien intencionadas, que no tienen maldad para intoxicar al prójimo, ni cicatrices para llenar la herida de sal. Palestina era una dama que no tenía miedo de mirar los ojos ajenos, ni dudaba en ayudar y brindar sosiego con un cálido abrazo, con un apaciguante beso o con un angelical consejo para levantarse de las cenizas.
Sin duda, una mujer para enamorarse y atreverse a recorrer junto a ella el preciado instante de la existencia humana.
Por desgracia, en una soleada tarde de domingo que iluminaba los andes venezolanos, conoció los bajos instintos carnales de un malagradecido hombre llamado Israel, quien se ahogaba en el egoísmo, en la arrogancia, en la malicia y en la manipulación de los sentimientos ajenos. Con todas esas artimañas emocionales que se ocultaban en la máscara de una agradable soberbia, Israel logró hechizar los ojos de su ahora esposa Palestina, para obligarla a entregar su cuerpo, alma y mente a un enjambre de mentiras llamado religiones.
Poco a poco, su marido la fue apartando de la sabiduría, del conocimiento y de la paz interior que sólo nuestro yo interno, es capaz de hallar y preservar hasta los confines de la infinita potestad humana. Sin darse cuenta, Israel se convirtió en su padre, en su futuro, en su destino y finalmente en su mayor opresor. El enemigo enfurecido que domina y rompe la alegría de los bienaventurados hijos, para nunca darse golpes de pecho y apuñalar el derecho y el deber de pedir perdón de rodillas. Quizás Palestina nunca entendió el significado holístico de la vida. Tal vez se volvió adicta al dolor de la muerte en vida, o jamás comprendió que entre la vida y la muerte, sólo emerge un gran halo que se venera sin credos, sin colores, sin banderas, sin hormonas, sin oraciones y sin razones.
Sin duda, una mujer para enamorarse y atreverse a recorrer junto a ella el preciado instante de la existencia humana.
Por desgracia, en una soleada tarde de domingo que iluminaba los andes venezolanos, conoció los bajos instintos carnales de un malagradecido hombre llamado Israel, quien se ahogaba en el egoísmo, en la arrogancia, en la malicia y en la manipulación de los sentimientos ajenos. Con todas esas artimañas emocionales que se ocultaban en la máscara de una agradable soberbia, Israel logró hechizar los ojos de su ahora esposa Palestina, para obligarla a entregar su cuerpo, alma y mente a un enjambre de mentiras llamado religiones.
Poco a poco, su marido la fue apartando de la sabiduría, del conocimiento y de la paz interior que sólo nuestro yo interno, es capaz de hallar y preservar hasta los confines de la infinita potestad humana. Sin darse cuenta, Israel se convirtió en su padre, en su futuro, en su destino y finalmente en su mayor opresor. El enemigo enfurecido que domina y rompe la alegría de los bienaventurados hijos, para nunca darse golpes de pecho y apuñalar el derecho y el deber de pedir perdón de rodillas. Quizás Palestina nunca entendió el significado holístico de la vida. Tal vez se volvió adicta al dolor de la muerte en vida, o jamás comprendió que entre la vida y la muerte, sólo emerge un gran halo que se venera sin credos, sin colores, sin banderas, sin hormonas, sin oraciones y sin razones.
Una pizca de vacío espiritual con muchísima ignorancia taciturna, llevó a la hermosa Palestina hasta el desenfreno de las supersticiones compradas por Israel en la penumbra de las montañas llaneras, transformando el brillo de sus ojos, en un arsenal de llanto, de temores, de silencios, de ayunos, de mordazas, de impotencias y de vigilias. El cobarde convierte al valiente en cobardía. Entre borracheras, enojos infundados, improperios verbales, golpes, sonrisas irónicas despectivas, empujones y humillaciones, nuestra querida Palestina se fue olvidando cada día más y más de sus valores, de su autoestima, de su confianza, de sus mágicos anhelos y del amor propio. En un abrir y cerrar de ojos, Israel volvió a Palestina en una cosa de su pertenencia, que pagaba los platos rotos de la ofuscada calle y luego ella misma debía recogerlos del suelo, mientras limpiaba cada uno de los moretones que impregnaban la funda del adulterio.
Sabiendo que nadie era dueño de la verdad absoluta, Palestina quedó presa en la relatividad de un Mundo que no distingue entre el poder ser y el poder del Ser. La sangre que todavía brota en sus ojos, es la resplandeciente Luna que una noche perdió el rastro de su amado Sol. Aunque un manantial de confusión se apoderó de sus manos, nunca encontró el milagro que la trajera de vuelta, al dulce hogar frente a la catedral del espejo. Su inocencia fue quemada en un tira y encoge, que Israel desenfundaba con el humo de sus malditos tabacos, para empañar la bestial lluvia de tragos amargos que asfixiaban el aire de Palestina.
El tiempo transformó al tiempo en el esclavo del tiempo, y por eso nadie es capaz de regresar las manecillas del reloj, hasta la misericordia del ayer en blanco y negro. En nombre de algo llamado amor, la osadía de la salvación fue un trágico viaje que sigue castigando las promesas incumplidas de Israel. Palestina vive dentro de un planeta Tierra en el que siempre pagan justos por pecadores. y por eso quedó ciega en el abismo creado a imagen y semejanza de la guerra, de la codicia, del belicismo y de la traición.
Sabiendo que nadie era dueño de la verdad absoluta, Palestina quedó presa en la relatividad de un Mundo que no distingue entre el poder ser y el poder del Ser. La sangre que todavía brota en sus ojos, es la resplandeciente Luna que una noche perdió el rastro de su amado Sol. Aunque un manantial de confusión se apoderó de sus manos, nunca encontró el milagro que la trajera de vuelta, al dulce hogar frente a la catedral del espejo. Su inocencia fue quemada en un tira y encoge, que Israel desenfundaba con el humo de sus malditos tabacos, para empañar la bestial lluvia de tragos amargos que asfixiaban el aire de Palestina.
El tiempo transformó al tiempo en el esclavo del tiempo, y por eso nadie es capaz de regresar las manecillas del reloj, hasta la misericordia del ayer en blanco y negro. En nombre de algo llamado amor, la osadía de la salvación fue un trágico viaje que sigue castigando las promesas incumplidas de Israel. Palestina vive dentro de un planeta Tierra en el que siempre pagan justos por pecadores. y por eso quedó ciega en el abismo creado a imagen y semejanza de la guerra, de la codicia, del belicismo y de la traición.
Deambulando por la impunidad de las calles, finalmente Palestina cerró sus ojos para sentir un poco de consuelo y emprendió un sagrado vuelo bendito, que la hizo despertar de esta triste pesadilla y con sapiencia pudo reaccionar y llegar hasta la esencia del auto-descubrimiento.
"Los niños y las niñas no tienen la culpa, pero por desgracia, serán los futuros culpables de esta aleccionadora historia llena de inocentes víctimas como Palestina"
Como una imagen vale más que mil palabras, 10 fueron los recuerdos que quedaron grabados en la memoria de Palestina, y 10 fueron las imágenes que demuestran el grado de miseria espiritual que caracterizan a esos desdichados hombres que glorifican la violencia de género y viven maltratando el corazón de una mujer...
Dile NO a la violencia intrafamiliar
"Los niños y las niñas no tienen la culpa, pero por desgracia, serán los futuros culpables de esta aleccionadora historia llena de inocentes víctimas como Palestina"
Como una imagen vale más que mil palabras, 10 fueron los recuerdos que quedaron grabados en la memoria de Palestina, y 10 fueron las imágenes que demuestran el grado de miseria espiritual que caracterizan a esos desdichados hombres que glorifican la violencia de género y viven maltratando el corazón de una mujer...
Dile NO a la violencia intrafamiliar