¡TRÁGAME TIERRA!
Por Carlos Ruperto Fermín
¿Qué pasaría si fuéramos inmortales? Si por más que lo intentáramos fuera imposible morir, y nuestra vida en la Tierra fuera simplemente eterna. Tres veces fuera y un campanazo que podría desquiciar la razón de los más débiles. Algunos se sentirían felices, invencibles y vivos. Toda una fortuna. Otros se sentirían tristes, desesperados y melancólicos. Toda una desgracia.
El sueño de la vida se transformaría en pesadilla. Y la pesadilla de la muerte se transformaría en sueño.
Imagina que por más que intentes suicidarte, no habría forma ni manera de acabar con nuestro destino. Aunque nos duela hasta las entrañas la pérdida de un amor, aunque tengamos miles de deudas cargadas en la espalda, y aunque queramos desaparecer con furiosa rapidez de este injusto Mundo, NO hay vía de escape posible para parar el sufrimiento, la crisis y la infelicidad que nos carcome por dentro.
Pero, ¿Realmente somos infelices o no somos capaces de ser felices? ¿Será que nos acostumbramos a la pena, a la vergüenza y a la soledad? ¿Acaso el ego nos acobarda a romper con los vicios, con los miedos y con las inseguridades? ¿Qué estamos esperando para cambiar el hilo de la historia? ¿Será que ni siquiera tenemos agujas para hilvanar los hilos de nuestra propia historia? ¿Será que nadie quiere invertir su tiempo en escuchar esta historia? ¿Será que necesitamos la aprobación de los demás para empezar a contarla? ¿Será que serás la promesa de lo que quieras ser en la vida?
Para ver toda la magia del Universo, tan solo hace falta cerrar los ojos. Allí observarás con detenimiento el espacio cósmico. Verás todo y a todos. Los planetas, las constelaciones y sus estrellas. Los amigos, los enemigos y sus vecinos. Pero lo realmente importante, es poder seguir viendo la magia del Universo, después de abrir los ojos y enfrentar la cruda realidad que vives a diario.
Esa es la auténtica proeza. Quienes logren la victoria, serán los reyes del Universo. Quienes alcancen la derrota, serán los caballos de Troya. Por eso todos necesitamos de todos. Nunca lo olvides. Todos pero absolutamente TODOS, necesitamos de todos y cada uno de nosotros. El día que lo olvides, terminarás diciendo ¡Trágame Tierra!
El sueño de la vida se transformaría en pesadilla. Y la pesadilla de la muerte se transformaría en sueño.
Imagina que por más que intentes suicidarte, no habría forma ni manera de acabar con nuestro destino. Aunque nos duela hasta las entrañas la pérdida de un amor, aunque tengamos miles de deudas cargadas en la espalda, y aunque queramos desaparecer con furiosa rapidez de este injusto Mundo, NO hay vía de escape posible para parar el sufrimiento, la crisis y la infelicidad que nos carcome por dentro.
Pero, ¿Realmente somos infelices o no somos capaces de ser felices? ¿Será que nos acostumbramos a la pena, a la vergüenza y a la soledad? ¿Acaso el ego nos acobarda a romper con los vicios, con los miedos y con las inseguridades? ¿Qué estamos esperando para cambiar el hilo de la historia? ¿Será que ni siquiera tenemos agujas para hilvanar los hilos de nuestra propia historia? ¿Será que nadie quiere invertir su tiempo en escuchar esta historia? ¿Será que necesitamos la aprobación de los demás para empezar a contarla? ¿Será que serás la promesa de lo que quieras ser en la vida?
Para ver toda la magia del Universo, tan solo hace falta cerrar los ojos. Allí observarás con detenimiento el espacio cósmico. Verás todo y a todos. Los planetas, las constelaciones y sus estrellas. Los amigos, los enemigos y sus vecinos. Pero lo realmente importante, es poder seguir viendo la magia del Universo, después de abrir los ojos y enfrentar la cruda realidad que vives a diario.
Esa es la auténtica proeza. Quienes logren la victoria, serán los reyes del Universo. Quienes alcancen la derrota, serán los caballos de Troya. Por eso todos necesitamos de todos. Nunca lo olvides. Todos pero absolutamente TODOS, necesitamos de todos y cada uno de nosotros. El día que lo olvides, terminarás diciendo ¡Trágame Tierra!
Desnudos, amantes y solsticios
Hace unos días, se apareció de modo extrasensorial una muchacha veinteañera, en la madrugada que rondaba dentro mi habitación. Me tomó por sorpresa. Cuando la observé, estaba decidida a estrangularse en un rincón de mi cuarto. No podía creerlo. ¡Fue una situación tan real! Vestida con una sábana blanca satinada, ella intentaba encaramarse hasta lo más alto de mi armario, con una soga desgastada y muchas ganas de deslumbrarme. Al ver la inimaginable escena, le empecé a preguntar ¿Por qué lo haces? ¿Qué ganas con hacerlo? ¿Por que hacerlo aquí y frente a mí? Ella no me decía absolutamente nada. Lo que más me sorprendía, era lo concentrada que estaba en cometer el suicidio. Aunque físicamente yacía frente a mis ojos, su mente se hallaba a siglos de distancia de la interacción humana.
Yo seguí insistiendo, y le preguntaba ¿Por qué te vas a suicidar? ¿Puedes contarme tu historia? ¿Qué te hicieron? De pronto se cayó con dramatismo en el suelo, al no poder trepar con sus brazos y piernas el armario. Mirándome a los ojos, empezó a responder todas mis preguntas. Hablaba, hablaba y hablaba. Yo solamente la escuchaba, sin interrumpirla, sin contradecirla, sin reclamarle nada. Simplemente dejé que se expresara con total libertad, con total sinceridad y con total franqueza.
Los segundos y los minutos fueron extinguiéndose en la planicie de nuestras vidas. Ella seguía vomitándome su verdad con el fuego de una posesión incontrolable. Al cabo de una hora de perpetua elocuencia, me sonrió con simpatía, abrió la puerta de la habitación, me dio las gracias y corrió por el pasillo con destino desconocido. Cansancio, atención y misericordia. Cuando me asomé a la ventana para ver su fugaz silueta por última vez, la encontré descansando en una hermosa pradera primaveral, rodeada de flores, aromas y virtudes, que engalanaban su belleza interior y sus sueños por conquistar.
Yo suspiré con alegría, y me sorprendió contemplar lo curativo que representa escuchar la verdad de los demás. Si aprendiéramos a escuchar, el Mundo aprendería a escucharse. Una vez más, nuestro eterno egoísmo nos deja emocionalmente estériles. No podemos ir y venir con la piedra en los zapatos de otros ángeles celestiales, porque solo aprendimos a caminar descalzos con la piedra entre los dientes. Fresas con sangre. Rómpete la mandíbula, pero jamás te muerdas la lengua. Tardígrados que van por la vida reanimándose, ante la tempestad de sus propias vidas. No te des por vencido ni por vencido.
No tengas miedo de salir de tu zona de confort emocional. Cuando alguien te revienta en adulación, en cumplidos y en buenos tratos. Lo mejor que puedes hacer es escupirlo, golpearlo y maldecirlo desde tu yo interior. Por el contrario, si alguien te ofende, te maltrata o te corrige, lo mejor que puedes hacer es arrodillarte frente a ese individuo, y darle las gracias por el nuevo aprendizaje que gozarás al superar esa nueva lección de vida. Él te ayuda a crecer espiritualmente, y nos ayuda a estar siempre preparados para enfrentar los cambios constantes de la vida, y no estancarnos en un círculo vicioso creado por nuestros miedos.
Si caes en el facilismo de agredirlo por su inusual atrevimiento, entonces serás el indestructible fracasado que vive una mentira holográfica disfrazada de autocontrol personal, mientras vive esa ilusoria vida encerrado y custodiado en cuatro paredes de falso confort emocional. Recuerda que NO es lo mismo aprender del error, que aprender realmente a no cometer el mismo error.
La relatividad se cuestiona por la subjetividad de una decisión. Tal vez, a usted le fastidie pasar una soleada tarde de domingo en la soledad de su casa. El calor, los rayos del Sol y la melancolía, puede que no sean la mejor compañía para algunas personas. Mueres porque acabe el fin de semana y resucite la rutina del lunes. Pero mientras tú te quejas del inacabable domingo, a otra persona se le puede hacer muy corta la tarde de domingo, porque pasó el día jugando fútbol en el parque, haciendo un picnic familiar y cantando al ritmo de una guitarra acústica. Ambos tienen razones de peso para amar u odiar el domingo.
Lo increíble, es que la displicencia de uno es la carga energética que produce la motivación del otro. Si ambos tuvieran la misma carga energética, es casi seguro que la subjetividad de una voluntaria decisión, se transformaría en la obligación de una automática respuesta. Una persona ya no quiere ir al parque porque hace mucho calor, y la otra persona quiere ir al parque porque necesita despejarse. Comúnmente ese fenómeno psicosocial se teoriza como “cambio de planes”, “rebeldía” o “pensar en frío”. Pero en realidad, refleja la desunión de un mismo ser segregado en muchísimos seres desunidos.
De allí, que la carga energética de una persona JAMÁS debe ser condicionada por las variables del entorno. Lamentablemente, los esclavos de la Sociedad Moderna del siglo XXI, no se cansan de vender su genuina carga energética al mejor postor. El resultado de esa mutación atemporal, se traduce en asesinatos, divorcios, insultos, sumisiones, alucinaciones, despechos, inseguridades y demás conflictos emocionales sin resolver.
Véncelos, bésalos y perdónalos
Recientemente, mi mamá estuvo un poquito mal de salud. Ella amaneció con vértigo en un domingo otoñal de marzo, y decidimos llevarla a un centro clínico cercano, para descartar cualquier otro padecimiento. Tras regresar al hogar sana y salva, mis hermanos le compraron media farmacia para recordarle el amor, la preocupación, y la disposición de gastar grandes sumas de dinero, pensando solamente en su bienestar físico y mental.
Aunque ella no necesitaba tantas pastillas, complementos vitamínicos, cremas mentoladas y tabletas masticables para recuperar a plenitud su salud, fue una reacción inmediata de mi familia para demostrarle que todos esos años de esfuerzo y dedicación, en hacernos hombres y mujeres de bien, estaban fructificándose al cumplir con el capitalista récipe médico, que supuestamente representaba el único camino para que mi mamá recuperara su sano andar.
Después del nerviosismo pasajero, de las cronometradas posologías y de la vuelta a la tranquilidad hogareña, yo me intentaba poner en los zapatos de la gente ahogada en la pobreza, quienes no tienen los suficientes recursos económicos para poder llevar a sus seres queridos hasta un buen centro hospitalario, y comprarle las medicinas que tanto requieren para sanarse. Debe dar muchísima impotencia querer ayudar a alguien y no tener los medios para hacerlo. Supongo que la frustración, la desesperación y la negatividad se apoderan de tu alma, de tu cuerpo y de tu conciencia. Es como si una llama de fuego te quemara lentamente por dentro, y se va incrementando conforme pasan los segundos, los minutos y las horas, en las que seguimos sin juntar el dinero requerido para curar a nuestro familiar enfermo.
Es allí cuando empiezan a surgir las dudas, los temores y las ansiedades, porque debemos solventar un problema que se nos convirtió en una meta imposible de alcanzar. Ayer predicábamos una ética y una moral, que le decía nunca jamás a la delincuencia, nunca jamás a la prostitución y nunca jamás al homicidio. Decíamos con toda la confianza del Mundo, que jamás robaríamos el pan de nadie, que jamás venderíamos nuestros cuerpos, que jamás mataríamos al prójimo, y que jamás corromperíamos las leyes que mueven los cimientos de la sociedad.
Pero en un abrir y cerrar de ojos, nos encontramos al borde de robar, de matar, de secuestrar, de copular y de olvidar, para salvarle la vida y devolverle la sonrisa a un ser querido.
En ese instante de angustia y desesperanza, se caen por completo nuestros principios, valores e ideologías. El único objetivo existencial, es ayudar a esa persona que nos necesita ahora más que nunca, y que depende de nuestra astucia, inteligencia, voluntad y coraje para salir del trágico abismo que lo invita a caer en su abismo. Lo peor, es ver la mísera actitud de los peseteros médicos de toga y birrete, quienes jamás te hablan de remedios naturales o de tratamientos homeopáticos, para recuperar la salud en un acucioso santiamén.
Ellos suelen obligarnos a comprar esas medicinas fabricadas por laboratorios farmacéuticos extranjeros, los cuales son los principales patrocinantes que financian todos los congresos internacionales que incluyen los boletos de avión, las comidas, la estadía en lujosos hoteles, el alquiler de un envidiable vehiculo y demás privilegios gratuitos, que se consiguen poniéndole la soga al cuello a los familiares de sus víctimas.
¡Qué desgraciados! Juegan con la salud de los enfermos. Ellos transforman las lágrimas, los gritos y los dolores de cabeza de la gente, en una lucrativa actividad mercantilista que les resuelve el pago de las colegiaturas de sus hijos, el pago de las pólizas de seguros de vida y el pago de sus más oscuros secretos. Surge la interrogante: ¿Qué hacemos para resolver ese percance? Por un lado, tenemos al deshumanizado doctor a quien le importa un bledo tu desgracia. Y por el otro lado, tenemos a un humanizado hombre que ya no sabe cómo aliviar la agonía del pariente. Si no pagas, te echan a la calle. Si te echan a la calle, igual tienes que pagar el sepelio. Si no pagas el sepelio, tienes que pagar las burlas, los señalamientos con el dedo del prejuicio, y las habladurías del resto de la muchedumbre.
Todo conspira a favor de lo malsano. Por más que le rezamos, nos hincamos y lo idolatramos, NO hay forma de solucionar el error involuntario, que nos obliga a cometer el error por voluntad propia. Dicen que la desgracia une a las familias. Es una máxima de máximas. Pero ¿Qué pasa luego del holocausto? Si el individuo se salva de cruzar el umbral galáctico, lo más probable, es que los familiares regresen al legendario hermetismo de la indiferencia, del rencor, de la hipocresía, del silencio y del good bye. Por el contrario, si el individuo no se salva de cruzar el umbral galáctico, lo más probable, es que todos sus familiares se conviertan en cuervos carroñeros, que culpan a la culpa de su no culpabilidad en el sangriento crimen hegemónico.
No hay duda que la presión social hace estragos a la Humanidad. Nos transforma en máquinas enfermizas que somatizamos las malas experiencias, y no aprendemos a perdonar las heridas del alma. Damos un paso sin pensar en el próximo paso, y cuando finalmente lo damos, ya estamos a un paso del mismo abismo taciturno.
Serpientes, locura y equinoccios
Antes de escribir estas efímeras palabras, estaba desocupando una gaveta de mi habitación. 50% para honrar el sacrificio de la musa. 50% para sorprenderme con las páginas del pasado. Allí encontré por mera casualidad, el manual de usuario del teléfono celular Nokia N95. Sin darme cuenta, los recuerdos, el llanto y las imágenes, se apoderaron de mi heurística maraña proverbial. En el año 2007, uno de mis mejores amigos en la universidad, se obsesionó con comprar un majestuoso N95, buscando concluir con tecnología de punta el último aliento académico, antes de la esperadísima fiesta de graduación. Yo le decía que no valía la pena comprarlo, pues ya él tenía un teléfono moderno, con envío y recepción de mensajes multimedia, reproductor mp3, juegos Java, calculadora, linterna, radio FM, y demás funciones digitales que lo mantenían comunicado y recreado con todos sus conocidos.
Me parecía que él estaba cayendo preso en la red capitalista del consumismo, pues el celular era promocionado las "25" horas del día en la televisión, y realmente era difícil no caer en la tentación de adquirir un producto de moda, que todas y todos querían exhibirlo para causar la envidia de propios y extraños.
Al igual que la fe ciega, la terquedad humana también abre las montañas de la codicia universal. Por eso, mi buen amigo decidió malgastar sus ahorros para la fiesta de graduación, y comprarse el bendito N95 que resplandecía en la palma de una lluviosa mañana del lunes. Sintiéndose más "in" que nunca, yo veía como lo felicitaban por haber complacido al sistema capitalista de turno, y por haber hostigado su crecimiento espiritual ante las circunstancias del entorno. Como de costumbre, él me entregaba los instructivos de todos sus equipos electrónicos, para que yo los leyera y le enseñara el ABC de esos sofisticados aparatos. Él jamás le dedicaba tiempo de su tiempo a la lectura. De hecho, tampoco le interesaba conocer las bondades tecnológicas de su teléfono N95. El chiste era figurar en la lista “fashion” de la facultad de Humanidades y Educación. Quizás esas infinitas diferencias en apreciar el don de la vida, nos acercaban mucho más como amigos, ya que ambos sabíamos muy bien qué deseábamos conseguir en la tertulia, y qué necesitábamos ocultar con nuestros sentimientos, pensamientos y omisiones.
Tres semanas después de comprarse el N95, lo mataron a sangre fría frente al porche de su casa, por resistirse al robo a mano armada, y no haberle entregado el celular a los delincuentes motorizados. Drama, confusión y predicción. Salir a la calle con el numerito de la lotería en un bolsillo, tiene su incalculable precio anecdótico, porque tenemos todas las posibilidades de ganarnos un viaje sin retorno a la inocencia del infierno.
El tipo perdió la vida, por no regalar un pedazo de chatarra contaminante. Se las dio de bravo, de orgulloso y de indomable, pero terminó otra vez cuatro metros bajo tierra. Casi transcurridos diez años desde aquel infame suceso, me sorprendió recordar toda la osadía vivida en las desdichadas manos del inigualable Nokia N95. Tras el pasajero bloqueo mental por el impensado hallazgo romano, me quedé suspirando por unos segundos en mi habitación, mientras le hablaba a mi voz interior diciéndole frases como: ¡Todo por esto! ¿De verdad valió la pena? ¡Qué hiciste amigo!
Fue un momento lleno de nostalgia, amargura e incredulidad por la retrospectiva contemplada. Prendí un yesquero y quemé todas y cada una de las malditas páginas del manual de usuario del N95. Todo se fue literalmente a la nada. El glosario, las especificaciones técnicas, la configuración del menú interactivo, la duración de la batería, los tonos de repique, la activación de la línea, la instalación de drivers, la personalización del correo de voz y el certificado de garantía. Todo se fue literalmente a la basura. La pólvora se encargó de volver en cenizas, la impresión de los años que no pasaron en vano.
¡Lo conseguiste! Te compraste el Nokia N95. Pero a cambio de la rebelión hormonal, te quedaste con un costal de huesos, con un arsenal de gusanos y con un espectro fantasmal que jamás descansará en paz. Yo sé que estabas detrás de mí. Sentía tu presencia. No quise estigmatizar tu silueta, porque la vida es la vida y la muerte es la muerte. Una vez más, fuiste insufrible para reconocer el centro de la sabiduría inconsolable.
Suponemos que ya nadie quiere disfrutar de aquel N95, porque la pantalla del teléfono no es táctil IPS, porque no tiene una cámara de 100 megapíxeles, y porque no tiene un millón de apps pre-instaladas en su gigantesca iconografía.
Hoy todos siguen cometiendo la misma equivocación de mi gran amigo Amaulio, pero ahora pierden la vida por un Iphone, por un Blackberry, por un Ipad y por un Galaxy. En breve nadie querrá esa obsoleta chatarra metálica, y se repetirá la misma funesta historia de generación en generación. Nunca aprendemos la lección, porque solo se vive una vez, y la primera vez siempre se sale con la suya. Es caprichosa, impulsiva y libre de errar por vez primera.
Querido amigo y querida amiga, no olvides que la vida no es ni rosa ni negra, ni verde ni amarilla, ni azul ni roja. La vida no tiene colores, matices o tonalidades. La vida es tan simple como la vida misma. No te la compliques, no te la enrolles, no te la tomes a pecho. Allí afuera están los reyes del cosmos: el Sol y la Luna. Te sonríen de oreja a oreja, para que no pierdas la luz, el reflejo y la integridad.
La vida siempre juega a tu favor, aún cuando creas que conspira en tu contra. Es única, irremplazable e inconfundible. Cuídala. Respétala. Adórala. La madre de las madres. Simplemente, es nuestra Madre Tierra.
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