ENVIDIA
Carlos Ruperto Fermín
Me llegó por la espalda, caminamos un rato y me dijo en la cúspide del cementerio "Tarde o temprano el cielo se despejará, pero lo importante es estar allí para verlo". Yo tenía miedo de no coincidir con el día y la hora en que las nubes despejaran los cujíes de la montaña, por eso le pregunté ¿Cómo saber el momento exacto para no perderme en la oscuridad? Él miró al cielo. Yo también lo hice. Cuando me volteaba, ya no estaba conmigo.
Allí entendí todo. Le agradezco eternamente por sus sabias palabras, que me alientan a seguir adelante en la vida, sabiendo que el mejor momento es el que se vive hoy, no el que se vivió ayer o el que se vivirá mañana. Gracias querido duende tanatólogo, me ayudaste un mundo con ese gran viaje astral, que por un minuto contemplamos juntos, mientras volaban recuerdos angelicales, seres queridos, enemigos, duelos y respuestas.
Yo sabía que no estaba en el cielo. Si bien era una montaña lo suficientemente alta como para perder la vista, no había amenaza de tortícolis a la vista. El paisaje valió la pena. Y el retrato de la amistad, fue muchísimo más fuerte que la propia montaña. Parece mentira como caminar, abrazar y tomarse de la mano, cura con tanta facilidad las heridas del alma. Tan sólo se trata de aprender a escuchar la ilusión de la palabra, y proyectarla en los desafíos que enfrentamos a diario.
Déjate sorprender. No te vuelvas un esclavo de tu propia esclavitud. Si mengua la luna de un lado, piensa que el sol resplandece por todos lados. No dejes de soñar. Suena simple, suena trillado y suena absurdo. Pero es la auténtica verdad. No dejes de soñar. El día que pierdas la fe en la esperanza, jamás se despejará la turbulencia existencial del cielo. Puede haber un fascinante arcoíris frente a tus ojos, pero tú seguirás viendo una tormenta de relámpagos en blanco y negro.
Yo me dejo llevar por la presencia in situ, en caso que un ente humano corpóreo se pose frente a mí. Me basta con sentir el espíritu de ese hombre o de esa mujer, para conocer su historia de vida en un santiamén. No necesito de su pinta, de sus labios, de su olor, de sus enredos o de sus silencios. Todo surge y se revela por la esencia de ese corazón roto, que palpita con espontaneidad dentro de mi interior.
Allí entendí todo. Le agradezco eternamente por sus sabias palabras, que me alientan a seguir adelante en la vida, sabiendo que el mejor momento es el que se vive hoy, no el que se vivió ayer o el que se vivirá mañana. Gracias querido duende tanatólogo, me ayudaste un mundo con ese gran viaje astral, que por un minuto contemplamos juntos, mientras volaban recuerdos angelicales, seres queridos, enemigos, duelos y respuestas.
Yo sabía que no estaba en el cielo. Si bien era una montaña lo suficientemente alta como para perder la vista, no había amenaza de tortícolis a la vista. El paisaje valió la pena. Y el retrato de la amistad, fue muchísimo más fuerte que la propia montaña. Parece mentira como caminar, abrazar y tomarse de la mano, cura con tanta facilidad las heridas del alma. Tan sólo se trata de aprender a escuchar la ilusión de la palabra, y proyectarla en los desafíos que enfrentamos a diario.
Déjate sorprender. No te vuelvas un esclavo de tu propia esclavitud. Si mengua la luna de un lado, piensa que el sol resplandece por todos lados. No dejes de soñar. Suena simple, suena trillado y suena absurdo. Pero es la auténtica verdad. No dejes de soñar. El día que pierdas la fe en la esperanza, jamás se despejará la turbulencia existencial del cielo. Puede haber un fascinante arcoíris frente a tus ojos, pero tú seguirás viendo una tormenta de relámpagos en blanco y negro.
Yo me dejo llevar por la presencia in situ, en caso que un ente humano corpóreo se pose frente a mí. Me basta con sentir el espíritu de ese hombre o de esa mujer, para conocer su historia de vida en un santiamén. No necesito de su pinta, de sus labios, de su olor, de sus enredos o de sus silencios. Todo surge y se revela por la esencia de ese corazón roto, que palpita con espontaneidad dentro de mi interior.
Hace unos cinco años, estaba esperando que me atendieran en la gran caldera del Diablo. Entre el automatismo de propios y extraños, veía como un hombre luchaba por entrar a la ardiente caldera. Tan sólo con verlo, fácilmente me percaté que era un tipo trabajador, padre de familia, educado y con valores. No me importaba no conocerlo. Mi sexto sentido así me lo dijo y así lo asimilé. De pronto, el señor le dio dos fuertes palmadas al vidrio antibalas de la fogosa caldera, y gritó con muchísima fuerza ¡Malditos Ladrones! Se notaba que estaba muy desesperado, a una gota del llanto, y enfurecido por motivos que desconocemos.
Ante la confusión, se dio un chapuzón dentro de la caldera, y por ende, la gente no se inmutó ante el sufrimiento ajeno. Todo siguió como si no hubiera pasado nada, en aquellos inolvidables cinco segundos de frenética locura pasajera. Sin embargo, yo me quedé con él. Me adentré en su cabeza justo después de quemarse en la caldera. Definitivamente, yo también me estaba quemando.
A mi me gusta entrar en la psique de los individuos, quienes son considerados perdedores, fracasados o débiles por el resto de la sociedad. Me gusta intentar descubrir qué se siente habitar dentro de sus pensamientos. Aunque no lo crean, yo me creo la historia. Me imagino todas las emociones que pueden llegar a sentir en un instante confuso, y así trato de conocer un poco más mi holística interna. A veces es difícil, pero resulta gratificante vivir nuevas experiencias que te enriquecen como Ser Humano. No olvidemos que la vida es simplemente eso, un enriquecedor viaje lleno de idas y venidas, de dar y recibir, de tomar y dejar, de respirar y suspirar, y de no prestarle demasiada atención a lo que somos, fuimos o podríamos llegar a ser en la vida.
Cuando yo me clavo con las emociones de una persona, difícilmente la suelto. Me robo su energía, sus necesidades y sus banalidades. No importa que nunca más vuelva a encontrarme con la física del ente. Yo sigo compartiendo su mismo viaje, porque todos navegamos en el mismo barco. Algunos lo entienden y otros lo sobreentienden. Yo lo entiendo.
Me entristeció mucho ver la errática osadía del señor, que perdió el control mental y emocional en aquella demencial caldera. Decimos ser Seres Humanos, pero nadie intentó salvarle la vida a la vida. ¿Miedo, incredulidad o indiferencia? Debería ser en el caos, cuando saquemos a relucir nuestra empatía, compasión y solidaridad con el daño psicológico que roba la gracia de un buen samaritano. Esta historia se repite a diario con muchísima impunidad. Lo vimos, lo escuchamos y lo callamos. El tipo se fue en calidad de victimario sin merecerlo, con una rabia que ni dios sabe cómo se la sacudió del cuerpo, y con un Sol lleno de muchísima soberbia, que volvió a salir en la mañanita sin importarle en absoluto, que uno de sus hijos cayó en desgracia.
Quizás el Sol nos demuestra lo insignificante que somos en la vida, o tal vez su fuerza todopoderosa, nos demuestra que no puede ocultarse ante la adversidad predicada. Sea por las razones que sea, me dolió ver que un señor emocionalmente sano, quedara emocionalmente insano. Son las inverosímiles circunstancias del exiguo tiempo. Ruego para que ese hombre no se quede recogiendo los frutos de la tempestad, y espere recolectar la experiencia de la sabiduría.
¿Me entiendes? Yo sé que me comprendes. El problema, es que a veces no es suficiente con comprender a la comprensión. A veces hay que perderle el respeto a la razón y volar de corazón por la vida. Sin presiones, sin ambiciones, sin expectativas. Solo Ser. Cuando seas lo que siempre quisiste ser, verás que el cielo siempre estará despejado aunque llueva a cántaros de madrugada. Si lo intentas, no lloverá por los momentos. Si lo olvidas, tendrás que prender el limpiaparabrisas, y aprender a cerrar los ojos del alma.
Yo te ayudo, si me ayudas. Y si no me ayudas, te ayudaré muchísimo más. De mi depende que el cielo se mantenga despejado, cada vez que alzo la cabeza al infinito. NO depende del viento, no depende de las nubes y no depende del destino. Depende únicamente de ti.
Para lograrlo, tendrás que aprender a ver desde tu yo interior. No es fácil, pero vale la pena intentarlo. La irrenunciable pregunta ¿Cómo ver la luz de tu yo interior? Te doy una pista: “Haz bien y no mires a quien”. Por cada mirada una sonrisa, y por cada espina una rosa. Poco a poco, el espejo de la vida estará a tu favor. Cuídalo. Apóyalo. Protégelo. No lo rompas, no lo juzgues, no lo discrimines. Mírate hoy en sus ojos, porque el día que lo rompas, lo juzgues y lo discrimines, serás tú, quien pague las consecuencias de su futuro.
Por muchos años, yo pensaba que la entrada y salida de mi corazón dependía de una compuerta. Antes de salir a la calle, yo abría esa compuerta y dejaba mi corazón en el lugar más seguro de mi casa. Así cuando me insultaban, me ofendían, o me humillaban en las calles, no había un corazón que sufriera y que llorara todo ese mar de lágrimas. Pero un día me cansé de abrir y cerrar esa compuerta, por lo que decidí cerrarla de por vida, y vivir eternamente con el corazón adentro. Tomé un riesgo, me atreví a sentir con los sentimientos al desnudo, pero por primera vez, me sentí libre en la libertad de mi propia libertad.
Esa libertad de auto-reconocerme hoy, me ayudó a NUNCA dejar que los corazones enfermos y presos en otras compuertas, se dediquen a opacar, a violentar y a romper el brillo de mi cielo despejado. Allí están mis colores, mis sueños, mis pensamientos, mis dudas, mis miedos, mis equivocaciones, mis victorias y hasta mis derrotas. Pero pase lo que pase, siempre estará despejado y bien abierto, para todo aquel que me ofrezca la oportunidad de recorrerlo conmigo.