EL SUICIDIO DE JESUCRISTO
Por Carlos Ruperto Fermín
Yo no quería suicidarme, porque comprendo que el suicidio no es la solución a los problemas. De hecho, cuando cometemos el suicidio generamos más problemas, porque nuestros seres queridos llorarán esa lamentable decisión, y perderán la paz en sus vidas por nuestra culpa.
Tu familia siempre vivirá con el trauma de tu muerte, y no es justo descargar el peso de nuestra cruz en otras espaldas, porque así no conseguiremos alivio ni en la vida ni en la muerte, simplemente traspasaremos el dolor de la cruz a gente inocente que convivía con nosotros, y así será imposible descansar en santa paz.
No culpes a los demás por tu decisión de suicidarte. Si realmente estabas desesperado, podías gritar tu dolor y pedir ayuda en tu comunidad, estoy seguro que alguien te hubiera ayudado, estoy totalmente seguro que alguien te hubiera escuchado y ayudado.
Pero elegiste ser la víctima y el victimario de tu propio egoísmo, para encontrar en la ignorancia que representa el suicidio, una absurda vía de escape que utiliza la violencia de la cobardía, para conseguir el valor de acabar con nuestro dolor y con nuestra vida.
Nadie puede testificar que después de cometer el suicidio, vas a encontrar finalmente alivio a tu sufrimiento, porque ninguna persona de la Tierra ha podido regresar de la muerte, para afirmar que después del suicidio encontrarás la paz.
Quizás después de suicidarte, encuentres mayor sufrimiento, mayor dolor y mayor culpa.
Si piensas suicidarte para terminar con tu vida llena de desgracia, estás cometiendo una gravísima equivocación impulsada por tu depresión, y deberías aprovechar que sigues vivo para solucionar tus conflictos emocionales, pues nuestra única certeza de vida es el presente, ya que el pasado no regresará y el futuro es incierto.
El suicidio no es valentía, es la tontería más grande del Mundo, porque tu rebeldía no te asegura ni la paz ni el descanso después de morir, y con tu muerte destruyes la vida de tus seres queridos, que no son culpables de tu inconciencia y de tu resentimiento.
Aunque no lo crean, yo estuve a punto de cometer suicidio en marzo del año 2018, pese a que yo había superado un trágico intento de suicidio en mayo del 2014, y había aprendido a evitar los pensamientos suicidas en mi vida cotidiana.
Fue durante la Semana Santa del año 2018, cuando mis fuerzas espirituales se agotaron, y la idea de cometer el suicidio, se convirtió en mi único y fatal destino.
¿Por qué regresó la idea del suicidio a mi cabeza? Precisamente porque decidí regresar con mi familia en el estado Zulia (Venezuela), y yo había jurado no regresar a ese violento lugar donde tenía malos recuerdos, pero también sentí la necesidad de enfrentar y vencer los problemas que allí acontecieron, y aunque en el fondo de mi corazón yo sabía que estaba jugando con el fuego, definitivamente tenía que quemarme en ese fuego, para poder apagar las llamas del rencor que sufría en mis pesadillas, para resurgir de las cenizas que continuaban ensuciando mi cerebro, y para cerrar todas las amargas páginas que se ocultaban en ese amargo libro.
Simplemente tuve la razón. Llegué al estado Zulia, llegué al hogar de mi familia, y llegó la idea de cometer el suicidio. Mi pronóstico emocional no se equivocó, y mi pronóstico espiritual tampoco se equivocó. En un abrir y cerrar de ojos, me sentí otra vez preso en la casa del diablo, y aunque había podido escapar con vida de ese lugar, mi regreso al infierno fue la peor decisión de mi vida.
Sin embargo, yo asumí el protagonismo de mi equivocación, y no culpé a nadie por los violentos sentimientos que estaban malogrando mi alma. Mi familia me trató con amor y respeto, pero yo recriminaba en secreto la decisión de volver al estado Zulia.
Decidí reprimir esa melancolía a flor de piel, porque nadie me obligó a regresar a la casa del diablo, por lo que oculté mi tristeza con falsos abrazos y con falsos momentos de unión familiar, que aunque necesitaba sentirlos para perdonar las heridas del pasado, también sentía que estaba condenando mi presente, y sin darme cuenta me sumergí en una enfermiza depresión, que no podía curarse en la Semana Santa del año 2018.
El suicidio fue la mejor alternativa para curar mi depresión, y aunque yo sabía que estaba cometiendo un error, realmente ya no tenía fuerzas espirituales para volver a levantarme y volar lejos del infierno. Me sentía aprisionado y muy molesto, porque quise regresar al hogar para complacer a mis familiares que me extrañaban, sin percatarme que por culpa de ese regreso, ya no me sentía bien conmigo mismo.
Una horrible sensación me estaba matando por dentro, y como dije anteriormente, ya no se justificaba culpar a mi familia, por mis inmaduras malas decisiones.
Me sentía como un imán lleno de negatividad, sin voluntad para romper el caótico magnetismo, y con vergüenza de asistir a las iglesias en Semana Santa, sabiendo que estaba pensando en cometer un gravísimo pecado llamado suicidio, y como suele ocurrir en tiempos de turbulencia, estaba culpando a Dios por haberme traído de vuelta a la casa del diablo, sin asumir mi responsabilidad por el libre albedrío establecido.
Una semana después de llegar a la casa de mis padres, observé el famoso “tanque de agua” resplandeciendo en el patio de la casa. Como muchas personas saben, en el estado Zulia hay una grave problemática en el suministro del agua potable, por lo que las personas compran un costoso tanque de agua, que es un sólido recipiente de polietileno, el cual generalmente mide más de un metro de largo y de ancho, y que es usado por los zulianos para almacenar el agua, y administrar el suministro del vital líquido en sus casas, evitando así la incomodidad de quedarse sin fuentes de agua.
Mantener el agua potable dentro de un tanque, evita el riesgo de contaminación ambiental, y permite que el agua limpia repose tranquilamente en el recipiente.
Luego de observar el tanque de agua en mi casa, que medía casi dos metros de alto y que exhibía el color azul marino, regresó la idea suicida de cometer el suicidio dentro de ese tanque. Me dolía reconocer que estaba volviendo a pensar en el suicidio, pues durante los tres años que me alejé de mi familia, ya no pensaba en suicidarme y estaba en equilibrio emocional, pero desde que regresé a la casa del diablo, volvió la pesadez, el ahogo, el llanto, la tristeza.
Ya no tenía flechas para culpar a nadie, porque fue mi decisión regresar al hogar de mis padres. Mi autoestima se hallaba muy vulnerable, y para terminar con el dramatismo que me persigue desde que nací, yo decidí ponerle el punto y el final a mi vida, utilizando el grandioso tanque de agua para cometer el suicidio.
Decidí suicidarme en horas de la madrugada. El tanque estaba totalmente lleno de agua, y sentí que era la forma más rápida de morir con dignidad.
Para cometer el suicidio, yo tenía que buscar la escalerita que estaba en el garaje, subirme en ella para poder alcanzar la cubierta del tanque, retirar esa cubierta con cuidado de no hacer ruido, y sumergirme dentro del profundo tanque de agua, para que las burbujas ahogaran mis tormentos, para que el silencio de una estrella me consolara por la eternidad, y para finalmente olvidarme de despertar en la maldita vida.
Fue una decisión tomada, me iba a suicidar en la semana santa del 2018, y sentía alegría de morir sin dolor y con la complicidad de la luna.
Mientras me preparaba emocionalmente para decir el último adiós, llegó el aburrido Domingo de Ramos, y mi hermano mayor se encontró una hermosa palma en la carretera, mientras se dirigía con su esposa hacia la Iglesia de San Agustín, para la tradicional bendición de los ramos durante la misa dominical.
Resulta que mi hermano recogió la palma de la carretera, y utilizó esa palma para recibir la bendición, y para recibir el agua bendita por parte del sacerdote.
Como era su costumbre en el Domingo de Ramos, mi hermano convirtió la hermosa palma bendecida, en pequeñas cruces hechas con sus hojas naturales, para que adornaran y protegieran nuestra casa, y como un perdurable recuerdo de Jesús.
Recuerdo que mi hermano fue hasta mi cuarto, y me entregó la cruz bendita hecha con la palma. Después que me contó la historia de la palma, yo le dije que estaba “loco” por haber recogido esa palma de la carretera.
Era muy raro que alguien lanzara una hermosa palma en la calle, porque todos sabían que esa fecha se celebraba el Domingo de Ramos, pero mi hermano afirmaba que esa palma cayó por casualidad en la carretera, y él se sentía alegre de haberla visto y de haberla recogido, para usarla con fervor en el mencionado rito cristiano.
Aunque mis argumentos se basaban en la simple superstición, rechacé la cruz realizada con la hoja de esa perfumada palma, pues sentía que estaba embrujada y me perjudicaría. Nadie pensaba que yo estaba preparándome para cometer el suicidio, pero tenía que mantener mi naturaleza extravagante en la vida, tenía que seguir fingiendo interés en cosas que ya no me importaban, y tenía que seguir relacionándome con mis familiares.
Pese a mi decisión de no recibir la cruz hecha con esa misteriosa palma, mi hermano dejó la cruz frente a mi cuarto, pero debido a la fuerte brisa del viento que entraba por la ventana, la cruz se cayó en el suelo y yo no me atreví a recogerla. La verdad, esa cruz no significaba nada en mi mundo, y no tenía ganas ni de verla ni de tocarla.
Pasaban los melancólicos días de Semana Santa, y aumentaba mi deseo de finalmente cometer el suicidio. Estaba sofocado por tanta oscuridad y por tanto dolor. No podía culpar a nadie, porque fue mi decisión regresar a la casa del diablo, y todos mis familiares pensaban que yo estaba feliz y contento, por haber regresado a mi hogar y por estar compartiendo la vida con ellos.
El lunes santo me sentía terrible y el martes santo fue una calamidad. Ya me sentía muerto en vida, no tenía paz, no tenía apetito, mi corazón se resistía a morir, pero palpitaba con demasiada fuerza porque sabía lo que vendría. Mis ojos se aislaban en una mirada perdida, ya ni siquiera podía mantenerme levantado, no tenía fuerzas ni para hablar, ni para llorar, ni para dormir en la cama, estaba literalmente tumbado en el suelo, me arrodillaba unos minutos, y volvía a caer rendido en el suelo.
Aunque no lo crean, así pasé los tres primeros días de la Semana Santa. Me sentía totalmente desgarrado por dentro y por fuera. Mis padrinos me invitaron a ver los monumentos del jueves santo en las iglesias, en ese momento yo no tenía fuerzas ni para respirar, pero acepté la invitación para evitar que descubrieran mi gran depresión.
Decidí suicidarme el Viernes Santo, específicamente a las tres de la madrugada. No aguantaba más tristeza emocional, y quería descansar en paz dentro del tanque de agua.
Todo estaba listo para la ejecución de mi plan. Ya había colocado la escalerita frente al patio de la casa, ya le había pedido perdón a Dios por mi cobardía, y ya había comprendido que el suicidio era la solución a mi eterno sufrimiento.
Sin embargo, no pude ocultar que tenía un terrible dolor de cabeza en la noche del jueves santo, y tuve que tomarme una pastilla de acetaminofén, porque mi familia se dio cuenta que me estaba sintiendo mal, y me ofrecieron la pastilla para que yo me sintiera bien. Les di las gracias por preocuparse por mi salud, y me fui a dormir esperando que en pocas horas, llegara la madrugada del viernes santo para suicidarme.
No pensé que me quedaría dormido, pues estaba muy nervioso, pero quizás el efecto analgésico de la pastilla, aquietó mi mente y me quedé dormido.
Mientras dormía recordé el acoso escolar del bachillerato, la playa con peces de petróleo en la orilla, y el carrito de policías con la marca de la bestia.
Una grandísima explosión se escuchó en la madrugada del viernes santo. De hecho, el sonido de esa explosión fue tan grande que me despertó, y también despertó a toda mi familia. Abrí rápidamente los ojos y me levanté de la cama. Pensaba que había ocurrido un accidente en la calle. Pero en medio de la confusión por el fuerte estallido, no quería abrir la puerta, no quería salir del cuarto, y realmente no quería saber qué había pasado, pues ya no tenía curiosidad por seguir viviendo, y me quedé como diez minutos muy pensativo en el cuarto.
Desde la tristeza de mi cuarto, se escuchaban las voces de todos mis familiares, y sabía que no podría suicidarme como yo quería hacerlo, pues el fuerte sonido rompió el silencio y despertó a toda mi familia, por lo que mi sigiloso suicidio en la madrugada del viernes santo, se había convertido en un acto imposible de realizar por la mencionada explosión.
Sin nada que perder, abrí la puerta de mi cuarto para comprender la situación. Pude ver tirada en el suelo, la cruz que me regaló mi hermano, y había muchísima agua diseminada alrededor de la pisoteada cruz.
Yo estaba molesto porque no pude suicidarme esa madrugada, y olvidando las supersticiones que atormentaban mi mente, decidí agarrar la cruz que se encontraba en el suelo, con mis propias manos la sostuve, y quise seguir las grandes manchas de agua que se mostraban en el piso, para poder dilucidar qué estaba pasando en mi entorno.
Yo caminaba con la cruz sujetada entre mis dedos, y seguía las traslúcidas manchas de agua que cubrían el suelo. Pero sin sospecharlo, el agua me llevó hasta el patio de la casa, y observé que el tanque de agua había explotado en la madrugada, y mis familiares estaban intentando solucionar el problema, pues habían litros y más litros de agua desbordándose en el piso de la casa, por lo que fue una verdadera emergencia que mi familia estaba solventando con rapidez, y yo no sabía qué pensar de todo lo que ocurría a mi alrededor.
Yo sostenía la cruz mientras miraba toda la escena. Quería llorar pero no lloraba, quería gritar pero no gritaba, quería huir pero no huía, quería vivir pero no encontraba fuerzas para vivir. Solamente veía a mi familia conteniendo el agua y limpiando el resbaladizo piso, mientras yo me sentía como un fracasado parásito lleno de egoísmo y estupidez.
Ellos me demostraban que pese a las adversidades hay que seguir adelante, hay que levantarse y resolver los problemas, hay que actuar con rapidez y sin titubeos. Pero yo sentía que había perdido la oportunidad de oro para suicidarme, y otra vez el odio empezaba a regenerarse dentro de mi ser, porque hasta un maldito tanque de agua conspiró en mi contra, para obligarme a seguir vivo aunque yo no quería vivir.
Mi familia no supo que yo cometería suicidio durante esa madrugada del viernes santo. Yo no podía vociferar mis sentimientos reprimidos, aunque seguía sin descubrir si estaba alucinando, si se trataba de un milagro, o si fue una auténtica desgracia.
Mientras veía el agua del tanque desbordarse por el suelo, sentí mucho enojo por la trágica realidad. Supe que seguía vivo, porque mi espíritu ecológico no soportaba el derroche del agua potable, y fue muy chocante ver el agua desperdiciarse en el suelo.
Es virtualmente imposible que explote un tanque de agua, fabricado con polietileno de alta densidad, que es un material sintético muy resistente, y difícilmente biodegradable debido a sus propiedades químicas. El tanque era de la mejor marca del mercado, elaborado para soportar la intemperie, todavía tenía su ciclo de garantía vigente, y había sido perfectamente instalado en el patio de la casa.
Por eso quería acurrucarme y suicidarme dentro del tanque, porque sabía que no se rompería, y sería mi último refugio antes de la muerte.
Saber que el tanque de agua explotó la misma madrugada del viernes santo, cuando yo estaba decidido a cometer el suicidio, es una situación que no puedo simplemente llamarla “casualidad de la vida”, porque yo sentía muchísimas emociones fluctuando durante la Semana Santa, y creo que el rompimiento de ese tanque me estaba aleccionando, así como la cruz que me guió hasta el patio donde se hallaba el tanque.
Mientras mi familia seguía resolviendo el problema del agua en el piso, yo estaba muy confundido y regresé hasta mi cuarto, porque la madrugada del viernes santo parecía que nunca acabaría. Involuntariamente, yo continuaba sosteniendo la cruz en mis manos, hasta que recordé las supersticiones que yo le achacaba a esa cruz, por lo que la tiré otra vez en el suelo, y maldije con rabia mi propia existencia.
En ese preciso momento no pude aguantar el llanto, y lloré inconsolablemente durante una hora. Me sentía preso de mis locuras, de mis manías, de mis mentiras, de todas las cosas que tanto odiaba de mí, pero que estaban regresando a mi vida porque no me había suicidado. Quería morirme llorando, me dolía muchísimo la cabeza, pero no quería dejar de llorar, pensando que quizás era posible suicidarme si no paraba de llorar.
Pero por desgracia dejé de llorar, me miré enrojecido en el espejo, y recogí la cruz del piso. La culpa de mi locura no podía recaer ni en una cruz, ni en mi familia, ni en un tanque de agua. La culpa de mi locura siempre he sido yo, y siempre seré yo.
Aquí estoy vivo, escribiendo, recordando. Si ese tanque de agua no hubiera explotado en la madrugada del viernes santo, me hubiera suicidado en el patio de mi casa. Pero sentí que Dios se encargó de reventar ese tanque, para demostrarme que Jesucristo dio su vida por todos nosotros, para demostrarme que la cruz transforma lo imposible en posible, y para demostrarme que debo confiar en su santo espíritu para no rendirme en la vida, y para luchar aunque no tenga fuerzas para seguir luchando.
Dios explotó ese tanque para descargar todo mi dolor, y para que yo encontrara fuerza espiritual en la cruz de Jesucristo.
Yo no tengo fuerzas, Jesucristo es mi fuerza. Con él puedo seguir caminando, aunque no tenga piernas para caminar. Con él soy libre, aunque no tenga libertad. Con él puedo soñar, aunque no tenga sueños por conquistar.
Jesucristo fue suicidio por nosotros, fue pecado por nosotros, fue maldición por nosotros. Estuvo tres días condenado en el infierno, para que nosotros ascendiéramos a la gloria del cielo. Él sigue salvando vidas, aunque seamos débiles y pecadores.
Jesucristo se suicidó por ti y por mí, para que encontremos en su cruz la fuerza que supera todos los problemas, y con su poder nunca pienses en destruir tu vida terrenal.
En la cruz del calvario Jesucristo curó la enfermedad de la Humanidad, y hoy tenemos la gracia salvadora de Dios, para sanar esas heridas que definitivamente pueden sanar.
No compres más pastillas, no malgastes tu dinero con más psicólogos, no te hundas con más drogas. Hoy es un gran día para buscar el amor incondicional de Jesucristo, para que restaure tu vida, para que te devuelva la paz del corazón, y para que renazca la esperanza dentro de tu mente.
Invócalo con el corazón abierto, arrodíllate y arrepiéntete, pídele con sinceridad que transforme positivamente tu vida, y verás que Jesucristo siempre cumple lo que promete, y nunca abandona a quien lo busca con devoción.
Cuando terminó la tormenta del viernes santo, regresé al patio de mi casa y observé el tanque de agua. Estaba totalmente agrietado y seco, perdió su forma, perdió su tamaño, parecía un pedazo de basura de plástico. Mi familia no podía creer los cortes que tenía el tanque de agua, había quedado magullado por todas partes, como si hubiera recibido una golpiza, y no era descabellado pensar que había ocurrido un suceso sobrenatural.
Quizás ese tanque de agua fue un simbolismo de la pasión de Jesucristo. La cruz me guió a su cruz. Estuve muy calmado durante la tarde del viernes santo. No me sentía feliz, pero me sentía esperanzado. Pude sentir su muerte, para no sentir mi muerte. Me quedé sentado en el patio, viendo el sol, viendo las nubes, viendo los pájaros.
Yo quisiera una resurrección eterna dentro de mi vida. Un domingo que no se esfume con la frialdad del lunes. Una fe que nadie pueda arrebatarme. Te necesito aquí y ahora.
Desde que superé el intento de suicidio del viernes santo, siento que Dios se está comunicando conmigo, y me entregó un mensaje para que lo compartiera con los jóvenes y adultos, que perdieron la alegría y que no valoran la vida.
Yo creo que nos estamos alejando demasiado del amor de Dios, porque hemos prostituido su nombre y su palabra, pensando que nosotros somos los dioses de nuestras vidas, y no hacemos un esfuerzo por comunicarnos emocionalmente con Dios.
No debería ser un esfuerzo comunicarnos con Dios, todo lo contrario, un hijo debería confiar ciegamente y comunicarse naturalmente con su único padre celestial, que solo quiere colmarnos de bendiciones y alegrías en la vida.
Pero si no reconocemos que somos hijos de Dios, y seguimos endiosando las mentiras que nos vende la sociedad, pues no podremos sentir su piadosa presencia dentro de nuestro corazón, y no podremos recibir su mano salvadora para salir de los problemas.
A veces siento mucho miedo de la vida, pero creo que ese miedo es la consecuencia del egoísmo, porque no queremos ver más allá de nuestros problemas, que con frecuencia son una telaraña de ficción, creada por nuestro vacío existencial en la Tierra.
Por ejemplo, si estás leyendo mi artículo sobre el suicidio, significa que tienes acceso a la Internet, lo cual es un privilegio que te ofrece la vida, ya que puedes descubrir y aprender sobre cualquier cosa que exista en el planeta Tierra. Poder disfrutar de los contenidos educativos que ofrece la Web, se ha convertido en un fenómeno normal, cotidiano y mundano, siendo la Internet una sofisticada herramienta tecnológica, que ya no sorprende a nadie y que nos deja muy insatisfechos, porque esa tecnología no proviene del corazón de Dios, sino que proviene de la egoísta mentalidad del Mundo.
Nos quejamos por lo que no tenemos, y no valoramos todo lo que tenemos. Podemos ver, escuchar, hablar, caminar y pensar. Hay personas ciegas y sordomudas que viven felices, y no se quejan por sus limitaciones. Hay personas con enfermedades incurables como el cáncer, y aprenden a valorar la felicidad de vivir un nuevo día en la vida.
Pensamos en suicidarnos para no ayudar a los niños de la calle. Esos pobres niños hambrientos que viven en la orfandad, y que no tienen dinero para comprar un trozo de pan.
Pensamos en suicidarnos para no ayudar a los vagabundos que se arrastran por las calles, porque no tienen dinero para comprar una silla de ruedas en las alcantarillas.
Pensamos en suicidarnos para no visitar a los enfermos de los hospitales, para no adoptar a un perro mestizo que ladra la violencia de las calles, y para no confiar en el poder sanador de nuestro señor Jesucristo.
Si decides confiar en Jesucristo, él reformará tu vida y sentirás la paz.
Pero después que te rescate del abismo y te sientas libre, no te olvides del dios que te rescató de ese abismo y te hizo volar.
Después que te levante del fango y te haga caminar, no te olvides del dios que te levantó del barro y te hizo caminar.
Después que te abra los brazos y te regale un beso, no te olvides del dios que te abrió los brazos y te regaló la felicidad.
Cuidado y cambias la felicidad de Jesucristo, por la “felicidad” de una envidiable tarjeta de crédito. Cuidado y confundes el verbo usar con el verbo amar. Cuidado y usas a Dios para tu beneficio personal, y luego lo reemplazas por el cochino mundanismo de la colectividad.
Un enorme tanque de agua, fue mi guerra emocional. Una pequeña cruz de palma, fue mi paz.
Si te sientes muy envenenado espiritualmente, te recomiendo asistir a una misa y recibir la santa eucaristía. Esa hostia te puede salvar la vida, si la recibes con el corazón abierto, porque contiene el cuerpo, la sangre, y el perdón de nuestro señor Jesucristo.
Recuerda que tu comunión debe ser única y exclusivamente con Dios. No permitas que la fe sea secuestrada por un versículo bíblico, por una iglesia plagada de homofobia, y por un obligatorio pago de diezmo.
Tu relación es con Dios, y si lo que haces, lo haces con amor y sin perjudicar a nadie, seguro que Dios te bendecirá hasta la eternidad.
Intenta reaccionar con humildad y no con violencia. Debes reflexionar sobre tus emociones. Y vive por siempre en la cruz de la vida. Amén.
Nota del autor: El artículo publicado se basó en un hecho de la vida real. Fue una experiencia personal, que necesitaba compartir con la comunidad lectora.
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