DIOS TE BENDIGA
Por Carlos Ruperto Fermín
Adoptado, frío y traumado. Lo primero, siempre lo supe. Lo segundo, siempre lo sentí. Lo tercero, siempre lo viví. Les juro que este maldito glaucoma, me está volviendo literalmente loco. Quisiera prenderme fuego, para que las voces en mi cabeza se terminen de callar, y recompongan la inflamación de un cerebro en caída libre.
Tengo miedo de ser feliz, y por eso cada vez que me siento bien conmigo mismo, debo boicotear mi existencia con el polvo de las cenizas. Siento que me atraganté con la sal del desierto, y ahora no encuentro una gota de miel para remediar el pecado. Estoy hambriento en la oscuridad de setecientas seis puertas, porque perdí mi único alimento para resistir los vaivenes de la vida: el amor.
Me pierdo en sentimientos que no despegan de la mágica irrealidad. Me olvido de las comas en párrafos de fortuita turbulencia. Divago en la ilusión de rescatar la inocencia.
Estoy asfixiado, por favor ¡Ayúdame!
Prendo los motores, y la cabeza explota. Muevo las costillas, y me quiebro por la espalda. Pienso un poquito en las lágrimas, y me desmayo en el mar de lágrimas.
Supongo que así es la vida. Repetir lo malo, sin saber que era tan malo. Seguir adelante pase lo que pase. Esperar que mañana sea un mejor día, aunque no tengamos la voluntad para cambiar el paredón.
Nunca pude cruzarlo, y por cobarde estoy predicando mi propia desgracia. Relacionando eclipses con tinieblas. Esperando lunas azules dentro de un corcel atormentado. Forzando la lira de la ortografía, en el dolor de la letra prosódica. Quedándome quieto por la inquietud de estar más quieto. Jugando a quedarme solo en la soledad de mi solo.
Nadie lo sabe, pero sigo siendo infeliz. Ya no debo seguir arrastrando culpas, que no nacieron por mi culpa. El pasado quedó en el pasado, y las páginas del obituario son una gran oportunidad, para reencontrarnos con el alma que gime en pena.
Nunca sientas pena por vivir la vida. Esfuérzate en cumplir todas las metas, que te propongas en esta irrepetible vida.
Tengo miedo de ser feliz, y por eso cada vez que me siento bien conmigo mismo, debo boicotear mi existencia con el polvo de las cenizas. Siento que me atraganté con la sal del desierto, y ahora no encuentro una gota de miel para remediar el pecado. Estoy hambriento en la oscuridad de setecientas seis puertas, porque perdí mi único alimento para resistir los vaivenes de la vida: el amor.
Me pierdo en sentimientos que no despegan de la mágica irrealidad. Me olvido de las comas en párrafos de fortuita turbulencia. Divago en la ilusión de rescatar la inocencia.
Estoy asfixiado, por favor ¡Ayúdame!
Prendo los motores, y la cabeza explota. Muevo las costillas, y me quiebro por la espalda. Pienso un poquito en las lágrimas, y me desmayo en el mar de lágrimas.
Supongo que así es la vida. Repetir lo malo, sin saber que era tan malo. Seguir adelante pase lo que pase. Esperar que mañana sea un mejor día, aunque no tengamos la voluntad para cambiar el paredón.
Nunca pude cruzarlo, y por cobarde estoy predicando mi propia desgracia. Relacionando eclipses con tinieblas. Esperando lunas azules dentro de un corcel atormentado. Forzando la lira de la ortografía, en el dolor de la letra prosódica. Quedándome quieto por la inquietud de estar más quieto. Jugando a quedarme solo en la soledad de mi solo.
Nadie lo sabe, pero sigo siendo infeliz. Ya no debo seguir arrastrando culpas, que no nacieron por mi culpa. El pasado quedó en el pasado, y las páginas del obituario son una gran oportunidad, para reencontrarnos con el alma que gime en pena.
Nunca sientas pena por vivir la vida. Esfuérzate en cumplir todas las metas, que te propongas en esta irrepetible vida.
Adán y Eva
Ellos se arrodillaron en la sagrada misa. Frente a la iglesia, ángeles pecadores. Frente a la histeria, demonios angelicales. Un error de cálculo bajo la lluvia, fue suficiente confusión para despedazarle su ingenuidad. Una furiosa tunda frente a todos los presentes, me obligó a denunciar la violencia intrafamiliar, y a NO ser cómplice del vespertino delito.
¿Sangre por reír bajo la lluvia? Así fue. En este Mundo está prohibido demostrar la nobleza de un espíritu sacro, porque los miserables siempre quieren robarle la sacra sonrisa a los más inocentes. Casi siempre lo logran. Pero conmigo siempre se equivocaron.
Yo entré de madrugada sin pensarlo dos veces, y les dejé muy claro el motivo de mi algarabía.
Confiar a ciegas tiene un precio incalculable, pero cuando te roban el pan bajo el brazo, ya no sientes miedo de contar las historias del corazón. Te olvidas del protocolo y le das la vuelta al Mundo. Ese mismo Mundo que me prohibió reír bajo la lluvia. Igual reí a carcajadas. Siempre reiré.
Reiré de la risa, y la risa se reirá de mí. Las calamidades traen consigo la voz de la experiencia. Experiencia que me condenó sin conocerme. Conocimiento que me robó la sonrisa. Sonrisa que bloquea la luz de los ojos. Infinita pócima barata, atada a los pies del vagabundo.
Contuve con fuerza la ruina del momento, y encaminé mis atributos hasta el amanecer. Floreciendo con cada bendito suspiro, que el glaucoma me regalaba en la cama.
Dejamos huella entre las sábanas, y bien que te hincaste frente al diván. Nunca te lo pedí, pero sufres del mismo calvario existencial. El tiempo se esfumó, y la bicicleta se quedó sin sus celestiales manubrios. Aquel día, el descontrol por custodiar un longevo secreto, nos abrió el paraíso del fatal ateísmo.
Lo recorrimos juntos. Amamos volver a reír bajo la lluvia, porque refleja la virginidad de cada gran Ser Humano. en esta irrepetible vida.
Bilastina con grillos
No se llega a ser grande por la grandeza del granero, pues por el contrario, hay que buscar un camino lo suficientemente fértil, para librarnos y liberarnos de la esclavitud del virreinato. Es difícil conseguirlo, pero cuando lo encuentras, empiezas a regalar el pan de afrecho sin cargos de conciencia.
Aprendes a disfrutarte, y dejas que todos te disfruten. Te conviertes en un verdadero disfrute al viento.
Te vuelves dueño de tu abundancia, y en el valeroso capitán de tu miseria. Se acaban las sumas y las restas. Fallecen las aspiraciones, los reproches, las ansiedades y las necesidades. Terminas siendo una gigantesca gota de agua, que no se cansa de reír a carcajadas.
Pasaron los días campestres, y el glaucoma me seguía vilipendiando. Yo le decía que se había equivocado de cuerpo, pero él me hizo recordar la falsificación de una mentira estancada. Nos hicimos los mejores amigos del Mundo, pese a que el Mundo continuaba conspirando, para que no riéramos otra vez bajo la lluvia.
Yo me acostumbré a su vertiginosa presencia. Entendí que no debía castigarme por capricho, pues si resistía la extrema puya del tornado, acabaría siendo un hombre muchísimo más fuerte, para alzar la agnóstica derrota de mi Universo.
Me levanté, me bañé y me afeité. Salí a la calle y quise dar lo mejor de mi prosa. Parece que los chiflados no se cansan de hacer el ridículo, ya que decir buenos días en portugués no me serviría de nada.
De todas formas, dije bom día y canté mis verdades a capela. Ellos aplaudieron mi canción, mientras me preguntaban si estaba drogado. Les dije que estaba drogado, por haber querido ser distinto a los demás. Señalé a cada uno de los delincuentes involucrados en la querella, y les dije a los policías que sus rostros de incertidumbre, encajaban con el retrato hablado del cetáceo.
No bajé la mirada, y los encaré con un fuerte apretón de manos. Ellos resplandecían por tanto dinero en la alacena, al tiempo que yo no entendía cómo el castillo inflable, estaba construido bajo el peligroso material inflamable. Finalmente se pusieron a llorar, reconocieron sus errores y me dijeron con rabia: “Eres tú quien debes progresar en la vida, nosotros solo somos tu karma. No lo olvides, bichito”.
Los siete potajes
De pronto, todo tuvo una sublime explicación. Las burlas, el cuchicheo, el frío, las desatenciones, las ofensas, los helados y las estafas. Ese templo masónico había sido mi carta hacia la sublevación moral, y lo más impactante, es que dentro del enorme matorral ecuestre, nadie pudo sospechar que la muerte en vida del Diablo, se había consumado en la raíz de mi pecho.
Yo era el Diablo. Un tipo imperfecto, lleno de ego porque su abuelo le alzó los brazos en público, aprovechando que lloraba bajo la lluvia del viernes. El tiempo pasó, y tiré la toalla. Me cansé de pedir la bendición, por cada violación que sentía de madrugada. Ahora entiendo el motivo de mi funesto glaucoma.
Yo enfermé a la enfermedad. Soy el gran glaucoma durante las 24 horas del día. Escribiendo ecología con k, para que me devuelvan la inicial de mi nombre. Quiero que me la devuelvan gratuitamente. No quiero pagarle favores a la vida, a cambio de recibir deudas en la vida. No quiero que me prometan las estrellas, y me entreguen el infierno del misionero. No quiero que apaguen las luces, para que no escuche mi desquiciante realidad. No quiero verme muerto, antes que yo decida mi propia muerte.
Estoy muerto en vida. Cuando a los locos se les quita su preciada locura, ya no hay razones para seguir emulando al proverbial loco. Pero cuando a los malditos locos como yo, se les extirpa la inspiración con una nube de sangre paranoica, solo queda confirmar la cita con el dentista, y rezar para que lo saquen de quicio en nuestro turno.
Por eso llegué a la conclusión de las conclusiones. El camino más fácil para transitar en la vida, es el que te obliga a CREER.
Ya sea creer en dioses, creer en hombres, creer en palabras, creer en cosas, o simplemente creer en la necesidad de tener que creer en algo.
Eso es lo más fácil. Creer es una apuesta imposible de perder. Le entregamos nuestra vida, nuestra fe, nuestra motivación, y nuestro Ser a una creencia.
No soportamos el no saber, y por no saber, aprendemos a creer. Un enredo, una confusión y una absurdez, pero que muy en el fondo, huele a una extravagante verdad.
Fiel a su ignorancia, gran parte de la Humanidad siempre toma el camino más fácil de la vida. Se llena de creencias para darle un sentido a su existencia. Pasan los años, y la esquizofrenia nos hace esclavos del embuste, hasta el punto de creernos los únicos dueños de la Tierra, y creer que manejamos la absoluta verdad del Universo.
Ni siquiera hablamos de nuestra verdad a ciegas, sino que hablamos de la auténtica verdad.
La religión verdadera, el mejor cristo, el mejor hombre, el mejor trabajo, el mejor esposo, el mejor amante, la mejor carrera, el mejor sueldo, el mejor país, la mejor pizza, la mejor raza, el mejor postre, el mejor homicidio, y el mejor de los mejores.
Cuando esa pseudo-verdad es confrontada, surge la fehaciente verdad, que es representada por la duda. De esa unívoca verdad, surge una verdad más poderosa, llamada la guerra. De esa todopoderosa verdad, nació el instinto salvaje del Homo sapiens.
Culto hermafrodita
Verdades van y verdades vienen, siempre con una gran venda en los ojos, para no ver la luz de su propia ignorancia.
Por mantener una verdad, somos capaces de construir y deshacer cualquier pacto de la vida. Mordaz adoctrinamiento de masas que enluta la sabiduría de la razón. Pagamos, robamos y hasta matamos, por alzar el estigma de una inicua creencia.
Si estamos tristes, Dios te da resignación, confianza y motivación para recuperarte.
Si estamos felices, Dios hizo posible la felicidad, la plenitud y el gozo para complacerte.
Todos dicen, repiten y vuelven a decir lo mismo. ¡Vendrá! ¡Falta poco! ¡Está muy cerca su advenimiento!
Nacemos, crecemos y morimos, pensando que el gran Divino Hacedor regresará, pero el misterioso Señor no regresa y jamás regresará.
Deberían crear una nueva aplicación para al Android, en la que nos indiquen por dónde viene Jesucristo, y cuánto tiempo le falta para completar su llegada. Seguro que sería la app más popular y más descargada, por los millones de feligreses que viven comprando basura en el Google Play.
A ellos se les pasó la vida, esperando materializar una fantasía aprendida de la falaz oración, que fue secando la última gota de la sonrisa bajo la lluvia.
Nuestros abuelos, tíos, padres, amigos, vecinos y enemigos, ya están enterrados en los cementerios, y nunca llegaron a ver a Jesucristo en persona. Es horrible proyectar sueños en decadencia, para ocultar la astuta imaginación humana.
Lo mismo pasará con cada uno de nosotros. Vivimos presos en el miedo de mirarnos frente al espejo, y nunca aceptamos que el tiempo no depende de ficticios advenimientos, para crucificar y exaltar a nuestra más sincera estupidez.
Esa estupidez es creada por el maldito ego. El ego todo lo quiere. No soporta que después de la muerte, seamos carnita putrefacta y pálidos huesos, al servicio de las millones de bacterias que carcomen su ego. El ego no puede con tanta simpleza. Simplemente no puede.
El ego quiere costosas urnas, quiere elegantes sepelios, quiere bastante llanto, quiere coronas florales, quiere capillas de incienso, quiere brillantes sarcófagos, quiere su imagen resaltada en los periódicos, quiere novenarios, quiere una misa que lo recuerde y lo santifique cada año, quiere rosas perfumadas sobre la tumba, quiere quedarse con todo el recital del teatro.
No importa caer en el infierno o ascender al cielo, el ego solo quiere seguir vivo en este egocéntrico Mundo.
Verdades van y verdades vienen, siempre con una gran venda en los ojos, para no ver la luz de su propia ignorancia.
Por mantener una verdad, somos capaces de construir y deshacer cualquier pacto de la vida. Mordaz adoctrinamiento de masas que enluta la sabiduría de la razón. Pagamos, robamos y hasta matamos, por alzar el estigma de una inicua creencia.
Si estamos tristes, Dios te da resignación, confianza y motivación para recuperarte.
Si estamos felices, Dios hizo posible la felicidad, la plenitud y el gozo para complacerte.
Todos dicen, repiten y vuelven a decir lo mismo. ¡Vendrá! ¡Falta poco! ¡Está muy cerca su advenimiento!
Nacemos, crecemos y morimos, pensando que el gran Divino Hacedor regresará, pero el misterioso Señor no regresa y jamás regresará.
Deberían crear una nueva aplicación para al Android, en la que nos indiquen por dónde viene Jesucristo, y cuánto tiempo le falta para completar su llegada. Seguro que sería la app más popular y más descargada, por los millones de feligreses que viven comprando basura en el Google Play.
A ellos se les pasó la vida, esperando materializar una fantasía aprendida de la falaz oración, que fue secando la última gota de la sonrisa bajo la lluvia.
Nuestros abuelos, tíos, padres, amigos, vecinos y enemigos, ya están enterrados en los cementerios, y nunca llegaron a ver a Jesucristo en persona. Es horrible proyectar sueños en decadencia, para ocultar la astuta imaginación humana.
Lo mismo pasará con cada uno de nosotros. Vivimos presos en el miedo de mirarnos frente al espejo, y nunca aceptamos que el tiempo no depende de ficticios advenimientos, para crucificar y exaltar a nuestra más sincera estupidez.
Esa estupidez es creada por el maldito ego. El ego todo lo quiere. No soporta que después de la muerte, seamos carnita putrefacta y pálidos huesos, al servicio de las millones de bacterias que carcomen su ego. El ego no puede con tanta simpleza. Simplemente no puede.
El ego quiere costosas urnas, quiere elegantes sepelios, quiere bastante llanto, quiere coronas florales, quiere capillas de incienso, quiere brillantes sarcófagos, quiere su imagen resaltada en los periódicos, quiere novenarios, quiere una misa que lo recuerde y lo santifique cada año, quiere rosas perfumadas sobre la tumba, quiere quedarse con todo el recital del teatro.
No importa caer en el infierno o ascender al cielo, el ego solo quiere seguir vivo en este egocéntrico Mundo.
Caín y Abel
Es muy importante descubrir nuestra propia verdad, antes de juzgar y jugar con las vidas ajenas.
Por ejemplo, un gran amigo de mi hermana llamado Elías, era llamado por todos como “El Hitler”, ya que siempre andaba con un carácter autoritario, malhumorado y arrogante. Todos respetábamos su personalidad, pues más allá del genocida apodo que lo identificaba, Elías tenía la chapa social de ser un buen tipo, que apreciaba las leyes básicas para convivir sanamente en sociedad (el respeto, la tolerancia, el compañerismo y la responsabilidad)
Por desgracia, la presión social en su entorno lo volvió medio loco, y cometió el gran error de perder su agraciada esencia humana, convirtiéndose en una cosa emocionalmente amorfa, muy lejos de la cordura, del auto-reconocimiento y de la satisfacción personal.
En un abrir y cerrar de ojos, Elías cumplió su promesa de ceder ante las exigencias del entorno, y empezó a enderezar su rumbo conforme los familiares, los vecinos, los colegas y las amistades, le iban marcando el tono y la acústica de su nueva vida.
Fue así, como Elías se casó por la Iglesia con una bella mujer, pese a que siempre despreció el cliché de la belleza externa, y consideraba que el matrimonio era una fuente maligna de prostitución.
Se compró una gigantesca casa de tres pisos, pese a que odiaba subir las interminables escaleras, y vivía a gusto con sus padres en el hogar de nacimiento.
Se compró un carro último modelo, pese a que detestaba malgastar los ahorros de su vida, en una máquina de cuatro ruedas que simbolizaba la frivolidad, el consumismo y la decadencia del Ser.
Sufrió un Mundo para tener dos hijos biológicos, pese a que no soportaba el llanto agudo de los bebés, y creía que la adopción era más saludable que la procreación.
Compró un perrito Beagle en la tienda de mascotas, pese a que los ladridos le producían enojo, y el pelaje del animalito lo tenía con la nariz roja de tanta alergia.
¡Finalmente lo logró! Elías se casó, se compró un carro, se compró una casa, se compró dos hijos, se compró un perrito, y felizmente se compró la felicidad.
Tras conseguir la soñada felicidad, Elías vio como le arrebataron de golpe a su mujer, le hipotecaron la enorme casa, le robaron el lujoso carro, le envenenaron al solitario perrito, y le borraron su apellido de sus dos hijos.
Elías se volvió a quedar solo, pero ya no solo sin deberle nada a nadie. Ahora Elías estaba solo por haber jugado con la vida, con el destino y con el Universo.
Se sentía culpable, avergonzado y hasta tonto por tanta tontería comprada. Fingió ser lo que no era, para ser lo que ni fingiendo podía ser. Elías se enredó en su propia bola de estambre. Por más que rodaba la bola, las espinas se convirtieron en puñales de acero, por tanto chisme que le hacía recordar su sobrenombre de “El Hitler”.
Eso es lo que realmente encoleriza. La gente que no asume su realidad, su verdad, su esencia humana. Después, las personas frustradas van dejando heridas en los ojos de los más inocentes, y les remarcan el glaucoma para que no se atrevan a reír bajo la lluvia.
Esas situaciones ocurren todos los días, porque siempre vemos la vida pasar desde afuera, y nunca reconciliamos el paso de la vida desde adentro.
No es mala suerte, no son errores del pasado, no son malas decisiones. No es nada de eso. Se trata de nuestra cobardía para auto-reconocernos en este planeta Tierra, y así sacar a relucir lo mejor de nuestras virtudes, y reorientar lo peor de nuestras limitaciones.
Al final, Elías decidió esconder su trágica cobardía sideral, con un improvisado postgrado en los pasillos de Chile, sin fijar una fecha de retorno en un futuro cercano. No obstante, Elías tendrá que comprar el gran boleto de vuelta, para que el avión lo ayude a pisar tierra firme en su natal Venezuela.
La Biblia es el glaucoma
Esperando su arribo, un día me topé con las dos veredas del sufrimiento. La última vez que sobreviví a esa encrucijada, terminé caminando sin rumbo con unos lentes color café, con una injusta huella dactilar, y con una pistola que casi me cuesta la vida.
Navegaba en el ocaso del océano, muy cansado por la resaca de ayer, y a punto de ahogarme en la miseria de hoy.
Dentro de mi confusión, veía la cálida sombra de mi familia en el costado derecho del océano.
Mis familiares estaban envueltos por un alucinante halo de luz, que los canonizaba por obra y gracia del espíritu santo.
Ese halo me daba mucha esperanza, optimismo y fortaleza, para empezar a nadar con un norte seguro de vida.
Ellos me miraban con sonrisas bajo la lluvia, y me ofrecían sus manos a la distancia, para que yo nadara con prisa hacia esas traicioneras manos.
Pero yo tenía miedo de seguir adelante, dejando que los sueños ajenos se robaran mi utópica travesía.
Antes de caer en la posible bonanza, me fijé que en el costado izquierdo del océano, volaba a la deriva una recóndita luciérnaga, que me invitaba a remar en altamar.
Podía esquivarla, ignorarla o rechazarla. Pero sentía en mi interior, que esa luciérnaga no me presionaba a tomar una decisión en particular. No había condición o exigencia que me obligara a viajar junto a ella.
Se mostraba con mucha naturalidad, sin tener que rendirle obediencia, sin tener que pedirle explicaciones, y sin tener que deberle el milagro de la vida.
Todo un dilema se apoderó de mí ¿Nadar con viento a favor, o remar contra la corriente?
Decidí nadar contra la corriente, siguiendo a la brillante luciérnaga de Poseidón. Noté que mientras más la seguía, llegaban más luciérnagas que aprendían a alzar el vuelo.
Fue una tremenda sorpresa, que me hizo olvidar la culpa que sentía en mi cabeza, por no haber nadado al costado derecho del océano, donde mi familia se empezaba a quedar con las manos del pan vacías.
Sin embargo, cada exiguo segundo de la vida, obliga a robarle las decisiones al tiempo. Ese tiempo que no se inmuta, cuando nuestra indecisión envejece a la vida.
La bíblica chismografía de los chismosos, te convierte en el gran protagonista del mejor libro de los chismes.
El sabio acata la orden del necio, quien por su necedad, acata la orden del sabio. Ambos se queman las pestañas leyendo el maléfico chisme, pero ya no tienen alas para escapar del instinto maléfico en retrospectiva.
Por eso, decidí danzar al son de las luciérnagas, flotando por la inmensidad de los cielos, y ascendiendo junto a un enjambre de dioses, que resplandecían muchísimo más alto que el sol supremo del Cosmos.
Fuimos la unidad. Un solo norte seguro de vida. Una ecuación perfecta. Una paz interior completamente completa. Un amor del bueno. Una risa a carcajadas bajo la lluvia. Fuimos la libertad.
Cuando te liberas del chisme, y te haces dueño de tu propia verdad, se acaban los glaucomas, se acaba la rino-conjuntivitis, se acaban los dolores de cabeza, se acaban las náuseas, se acaban los reclamos, se acaban los sinsabores, y se acaba todo el vil concierto de la orfandad.
No es un camino tortuoso, amargo o difícil. Creo que es la única razón, que justifica la existencia humana. Aprender a ser los dueños de nuestro propio destino. Quien lo logre, le ganó la batalla campal al destino.
Podemos reconocernos en un espacio y tiempo a full color, que no gravita por el claroscuro de la misericordia.
Grité ¡Lección aprendida! y desperté de aquel viaje. Supe que hoy había conseguido mi rebelión. Respiré profundo, y aprendí a no darme por vencido en esta antagónica historia.
Ya no tengo miedo de recibir la última mirada, el último abrazo, la última sonrisa, el último llanto y el último dios te bendiga.
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carlosrupertofermin.wordpress.com
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