¡AYÚDAME!
Por Carlos Fermín
¿Es que acaso no lo ves? Estoy demente, ahogado, enojado conmigo mismo. Te la pasas usándome, por eso estás leyendo estas laicas palabras, pero no haces absolutamente nada para ayudarme a salir del fuego. Lamento ser una carga en tu vida. Volviéndome loco de madrugada, implorándole a los santos que recobren la memoria consumada hace décadas atrás. El juego maníaco del castor osado, que no pide permiso para reventar la sangre que contamina sus ojos.
Deletreando placebos que me llevaron a elevar todas mis torturas, hasta las fronteras del extravagante Cosmos. En cualquier momento, puedo ver la luz al final del diván, pero no tengo la fuerza de voluntad para que esa luz impregne mi desconsuelo, y me ayude a volver a creer en este Mundo, en la gente y en el amor.
Me encuentro eternamente ahogado en la depresión.
Lo decía una y mil veces. Yo no entendía exactamente el motivo de su taciturna alocución envejecida, aunque podía sentir fácilmente la histeria que asfixiaba la conciencia de los más inocentes. La primera vez fue una auténtica sorpresa, pero a partir de la segunda vez, sólo me quedé esperando un suspiro divino que me aleccionara el andar, para aleccionar el andar del bendito camino por recorrer.
"Estoy hastiado". Finalmente lo dijo. Por su comportamiento, creo que el desquicio ya recorría su sien desde hace años. Era cuestión de tiempo para renunciar a la verdad y admitir los errores del pasado. Una vez más lo afirmó "Estoy hastiado". "Ando hastiado", "Me voy a casa del carajo". De pronto, entendí que todo seguiría su curso natural de vida, hasta que un motivo evangelizador le hiciera reconocer su dote.
Deletreando placebos que me llevaron a elevar todas mis torturas, hasta las fronteras del extravagante Cosmos. En cualquier momento, puedo ver la luz al final del diván, pero no tengo la fuerza de voluntad para que esa luz impregne mi desconsuelo, y me ayude a volver a creer en este Mundo, en la gente y en el amor.
Me encuentro eternamente ahogado en la depresión.
Lo decía una y mil veces. Yo no entendía exactamente el motivo de su taciturna alocución envejecida, aunque podía sentir fácilmente la histeria que asfixiaba la conciencia de los más inocentes. La primera vez fue una auténtica sorpresa, pero a partir de la segunda vez, sólo me quedé esperando un suspiro divino que me aleccionara el andar, para aleccionar el andar del bendito camino por recorrer.
"Estoy hastiado". Finalmente lo dijo. Por su comportamiento, creo que el desquicio ya recorría su sien desde hace años. Era cuestión de tiempo para renunciar a la verdad y admitir los errores del pasado. Una vez más lo afirmó "Estoy hastiado". "Ando hastiado", "Me voy a casa del carajo". De pronto, entendí que todo seguiría su curso natural de vida, hasta que un motivo evangelizador le hiciera reconocer su dote.
"Estoy hastiado", otra vez lo decía. "Ya me hastié de todo". Lo gritaba, lo vociferaba y lo ratificaba. Pese a que jamás lo explicaba, lo argumentaba y lo callaba.
Yo no me sentía capaz de enfrentarlo, porque en silencio estaba viviendo su mismo calvario. La única diferencia era que yo lo lloraba por todas partes, y él apenas buscaba la migaja del pan ajeno.
"Estoy hastiado", se la pasaba diciendo eso. En la cocina, en el patio, en el garaje, en la recámara, en la oficina, en el baño y en cualquier otro lugar. No importaba la hora, el día o la realidad que sufría su familia. El egoísmo le hizo pensar que él y solamente él, estaba encarnizando la piel del hombre más incomprendido del planeta.
Nadie comprendía el dolor de su utópica incomprensión.
Una tarde de febrero lo escuché repetir "Estoy hastiado", y se me ocurrió colocarle la canción "Entero o a pedazos" de la banda de rock Catupecu Machu, que fue uno de mis temas musicales favoritos en aquel momento. Dentro de mi ingenuidad positiva, le puse bastante volumen al reproductor de audio, y deseaba que él escuchara la letra con atención, y así despertar un sentimiento de reflexión en sus ojos, que sumergiera la negativa decadencia de su Ser.
Cuando terminó de sonar la canción, hubo un glorioso silencio lleno de incredulidad, esperanza y desasosiego. Yo cruzaba los dedos para encontrar algo nuevo en su psique. No me importaba ni el qué ni el cómo, yo sólo quería que me expresara una nueva emoción, que fuera más poderosa que el hastío personal que sufría sin necesidad.
Pasaron los minutos, y lo escuché decir con vehemencia: "Estoy hastiado", "Me voy a ir a casa del carajo" "Estoy muy hastiado". Ahí comprendí que estaba siendo testigo de un resquicio espiritual, que debía interpretar con simpleza, para no ahogarme en la retrospectiva del futuro por aniquilar. Por eso, acudí a mi refugio preventivo de existencia llamado “Biblioteca pública”, en donde encontré el significado holístico de la palabra hastiado y lo comparto con ustedes:
Hastiado se define como una condición humana que denota disgusto, pesadumbre o contrariedad. Es un sentimiento que expresa fastidio, cansancio y enfado, causado por algo o alguien en específico. Andar de mala gana. Padecimiento personal ante circunstancias adversas. Tedio, desabrimiento y malestar.
Han pasado quince años desde la última elocuencia de su hastiada locura, y el tipo sigue igual de hastiado que siempre. El único cambio visible, es que se volvió más hipócrita, más resentido y más cínico, conforme brotaba una nueva cana, arruga y achaque que resplandecía en su alma. Ya no se hastía tanto por fuera, porque por dentro necesita que le compren las medicinas, que lo lleven de paseo, que le preparen la comida, que le cambien el canal de televisión, que lo bañen, que lo expurguen, que lo endiosen y finalmente que lo cremen.
A veces estoy preso en la noche de las noches, y escucho voces que gritan con un infernal eco la frase "estoy hastiado". Esa sensación va recorriendo las frías paredes de un hogar, que por su culpa jamás fue un verdadero hogar. Cada vez que contemplo esos angelicales sonidos del suicidio, intento darle amor a mis seres queridos, para no cometer la misma animalada psico-social cometida por aquel ignorante.
Tu budismo nunca fue la esencia del budismo, pese a que me aterraría pensar que el budismo, aceptara tu monetaria forma de practicar el budismo. Indiferencia, malos tratos, peleas, injusticias, burlas, groserías e ironías. Ellos me aleccionaron muchísimo más que tus anónimas lecciones de verano.
Han pasado quince años desde la última elocuencia de su hastiada locura, y el tipo sigue igual de hastiado que siempre. El único cambio visible, es que se volvió más hipócrita, más resentido y más cínico, conforme brotaba una nueva cana, arruga y achaque que resplandecía en su alma. Ya no se hastía tanto por fuera, porque por dentro necesita que le compren las medicinas, que lo lleven de paseo, que le preparen la comida, que le cambien el canal de televisión, que lo bañen, que lo expurguen, que lo endiosen y finalmente que lo cremen.
A veces estoy preso en la noche de las noches, y escucho voces que gritan con un infernal eco la frase "estoy hastiado". Esa sensación va recorriendo las frías paredes de un hogar, que por su culpa jamás fue un verdadero hogar. Cada vez que contemplo esos angelicales sonidos del suicidio, intento darle amor a mis seres queridos, para no cometer la misma animalada psico-social cometida por aquel ignorante.
Tu budismo nunca fue la esencia del budismo, pese a que me aterraría pensar que el budismo, aceptara tu monetaria forma de practicar el budismo. Indiferencia, malos tratos, peleas, injusticias, burlas, groserías e ironías. Ellos me aleccionaron muchísimo más que tus anónimas lecciones de verano.
Yo sabía que era tiempo de poner los pies sobre la tierra, por eso tuve que entrar a escondidas en su habitación, buscando hallar la pieza faltante del rompecabezas. Un hombre que se la pasaba diciendo “estoy hastiado” durante las “25” horas del día, necesitaba de hermanos y hermanas que le brindaran una mano amiga, un abrazo fraterno y un oído de alivio. Si él no fue capaz de exteriorizarlo desde su interior, entonces debíamos ayudarlo a interiorizarlo desde su exterior. Me percaté que estaba leyendo un libro de autoayuda, sobre cómo lidiar con el mal genio y con la depresión.
Por un lado, me alegró ver que él era consciente de su enfermiza actitud hacia la vida, y que prefirió buscar sanación en la lectura antes que perderse en los vicios del cigarro, del alcohol y de las drogas. Pero por otro lado, él podía haber alcanzado la paz en su propio regazo, pues tenía una familia que lo amaba y lo idolatraba. No entendía su abstracción social. Quizás le daba vergüenza caer de rodillas y romper los vidrios rotos, que él se había encargado de romper hasta la saciedad. O tal vez, los cristales de tungsteno ya estaban demasiado astillados en la oscuridad, como para atreverse a ver la luz del amanecer, y seguir desafiando a las enigmáticas leyes de la naturaleza.
Disculpa, pero mereces morir. Te invité a disfrutar ese hermoso amanecer desde la granja, y me rechazaste con la excusa de la alérgica plaga. Te intenté besar, y me quitaste la mejilla con furia. Me hiciste muchísimo daño. Te intenté respetar y me diste mil palabras de irrespeto, para no volver a respetarte. Lo siento querido señor de Carúpano, pero usted merece morir justo en este instante. Nunca llegó el perdón.
Por un lado, me alegró ver que él era consciente de su enfermiza actitud hacia la vida, y que prefirió buscar sanación en la lectura antes que perderse en los vicios del cigarro, del alcohol y de las drogas. Pero por otro lado, él podía haber alcanzado la paz en su propio regazo, pues tenía una familia que lo amaba y lo idolatraba. No entendía su abstracción social. Quizás le daba vergüenza caer de rodillas y romper los vidrios rotos, que él se había encargado de romper hasta la saciedad. O tal vez, los cristales de tungsteno ya estaban demasiado astillados en la oscuridad, como para atreverse a ver la luz del amanecer, y seguir desafiando a las enigmáticas leyes de la naturaleza.
Disculpa, pero mereces morir. Te invité a disfrutar ese hermoso amanecer desde la granja, y me rechazaste con la excusa de la alérgica plaga. Te intenté besar, y me quitaste la mejilla con furia. Me hiciste muchísimo daño. Te intenté respetar y me diste mil palabras de irrespeto, para no volver a respetarte. Lo siento querido señor de Carúpano, pero usted merece morir justo en este instante. Nunca llegó el perdón.
Se vive preso en el disimulo. Jamás lavó los trastes rotos de su desgraciada vida, porque siempre tuvo un ángel guardián que le lavaba sus equivocaciones, para después lanzárselas por el centro de la cabeza.
"Aquí estoy esperándote gran abuelo, vamos a cantar, a soñar, a correr y a sentirnos más vivos que nunca", le susurraba en su lecho de muerte
Soberbia, orgullo y rencor, que muy en el fondo, era un caudal de inocencia, amor y soledad. Los años te mataron la sonrisa. Te conocí, pero usted nunca se atrevió a conocerme. Si lo hubieras intentado, seguro que ya me habrías clavado la estaca del vampiro ecuestre por la espalda, porque aunque no lo creas, yo soy la única razón que te mantiene vivo en este abismo.
Dios te bendiga...
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ekologia.com.ve
[email protected]
https://carlosrupertofermin.wordpress.com/
"Aquí estoy esperándote gran abuelo, vamos a cantar, a soñar, a correr y a sentirnos más vivos que nunca", le susurraba en su lecho de muerte
Soberbia, orgullo y rencor, que muy en el fondo, era un caudal de inocencia, amor y soledad. Los años te mataron la sonrisa. Te conocí, pero usted nunca se atrevió a conocerme. Si lo hubieras intentado, seguro que ya me habrías clavado la estaca del vampiro ecuestre por la espalda, porque aunque no lo creas, yo soy la única razón que te mantiene vivo en este abismo.
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