LÉELO ANTES DE SUICIDARTE
Por Carlos Fermín
Al igual que tú, yo también he pensado muchísimas veces en suicidarme. Cuando todo sale mal, tocas fondo y mucho más abajo, nos sentimos terriblemente ahogados en un túnel sin salida. No encontramos rezo, adoración o palabras que nos ayuden a salir de este maldito trago amargo, que carcome por dentro y por fuera. Cada día todo se vuelve más oscuro, más negativo y más hiriente.
La desesperación se apodera de nosotros. Los malos pensamientos se adueñan de nuestra mente y sólo queremos conseguir un poco de alivio, para no seguir sintiendo ese agónico malestar que nos transforma en basura, en una cosa miserable, en una aberración humana. Simplemente ya no deseamos vivir, porque el dolor superó nuestra capacidad de aguante, y las ganas de seguir viviendo quedaron estancadas.
Cuando ya no podemos soportar el dolor, empieza a llegar a nuestra cabeza la idea de suicidarnos. Es la forma más fácil, más rápida y más práctica de terminar con el sufrimiento, que por mucho que lo intentamos, jamás pudimos curar. Lo primero que hacemos es imaginarnos la hipotética muerte. Mientras más pensamos en ejecutar el suicidio, va aumentando la posibilidad de hallar la paz, el alivio y el sosiego. Sentimos que es el mejor camino para olvidarnos de todo el calvario que estamos atravesando. Simplemente la vida se nos volvió negra en todo el sentido de la palabra.
Te dan ganas de volverte loco, de romper una cúpula de vidrios, de hacer estallar la pantalla del televisor, de trepar el techo a sangre fría, y te conviertes en un animal, en una bomba de tiempo y finalmente en un diablo. Ninguno de nosotros quiere suicidarse, eso es más que obvio, pero cuando te cansas de intentar salir adelante, y te golpeas una y mil veces de frente con la pared, ya sabes que nada va a cambiar y lo mejor es ponerle punto final a esta maldita historia.
El Mundo nos invita a ser optimistas, a no darnos por vencido y a seguir luchando, pero eso es muy fácil decirlo desde afuera, aunque cuando realmente te topas con la realidad real de esa persona, entiendes que el dolor se vuelve insoportable, y el suicido no es más que la representación del desquicio final. Yo sé por lo que estás pasando, porque lo viví en carne propia. A medida que seguimos pensando en suicidarnos, sentimos que todo lo malo se irá en un santiamén. Es cierto que toda la crisis desaparecerá a costa de perder la sagrada vida, pero el sacrificio nos permitirá descansar en paz.
Es común que busquemos el lugar y el método efectivo para suicidarnos. De hecho, podemos hasta practicar y perfeccionar la forma de efectuarlo. Poco a poco, nuestra imaginación se encarga de recrear toda la escena del suicidio, incluso, pensando en el rostro de nuestros padres al encontrarnos muertos en la habitación, o cuando los vecinos descubran el siniestro crimen perpetrado. Sin duda, suicidarse es la mejor solución para resolver un problema que es imposible de resolver. Vemos que el suicido se transforma en una ilusión, en una meta, en un sueño fácilmente alcanzable, pese a que nos duela mucho cometerlo.
A partir de ese instante, llegan las lágrimas, el llanto y el odio desmedido. Sentimos una agresividad que supera la razón, por tanta impotencia, por tanta frustración y porque sabemos que somos cobardes al no seguir luchando. Pero, ya tenemos el alma rota de tanto intentar y fallar, seguir intentando y seguir fallando. Ya habiendo decidido suicidarnos, ahora toca elegir el método definitivo que vamos a usar, ya sea drogándonos sin consecuencia, disparándonos con la escopeta, envenenándonos con raticida, cortándonos las venas o ahorcándonos con una soga al cuello. Lo que queremos es morir rápidamente. Sin drama, sin culpa, sin pensar en lo que pasó. Sólo es cuestión de presionar el gatillo y terminar con la caótica pesadilla.
Una vez decidimos suicidarnos, es cuando entramos en conflicto existencial, porque si bien queremos terminar con nuestra desgracia, el mismo instinto de supervivencia que envuelve al Hombre, lo obliga a seguir preso en su laberinto, esperando un supuesto cambio por vislumbrar. Eso nos hace un grave daño emocional, porque así vamos pasando el aletargado tiempo de espera, que sin darnos cuenta, nos volvió adictos al dolor, a sufrir y a maldecir, para drenar todo ese temor de terminar con la vida.
Finalmente lo hice. Me suicidé. Elegí ahogarme de madrugada en la laguna de puerto azul, ubicada en el estado Zulia de Venezuela. No me arrepiento de nada, porque murió el dolor, murió la histeria, murieron las promesas falsas y murió la depresión. Simplemente estoy muerto. Ahora que vivo realmente un infierno, me doy cuenta de lo tonto que fui, al no haber aprovechado esa maldita desesperación para pedir ayuda, y encontrar una mano amiga que me ayudara a salir de mi problema. Por desgracia, muy tarde me autodescubrí y supe lo que estaba pasando conmigo.
Primero, tenemos una gran necesidad de victimizarnos. Nos gusta sentirnos heridos, golpeados, amenazados y culpables. Disfrutamos sentir que no somos entendidos, que nadie sabe por lo que estamos pasando, que todos son felices y nosotros estamos ahogados en la tristeza. Es allí donde aparece el ego, que se manifiesta en el orgullo de no querer recibir ayuda, de no pensar en esas personas que sufren muchísimo más que nosotros, y siguen aferrados a la vida que les tocó vivir. Nos sentimos grandes, valientes e independientes al decidir el cómo y el cuándo suicidarnos, sin pedirle permiso a los dioses, sin considerar el castigo de los padres, y sin escuchar las ofensas del prójimo.
El ego nos lleva a perdernos en nuestro mundo oculto, que nunca lo compartimos con nadie. Nos gusta saber que estamos planificando hacer algo prohibido, que las demás personas nunca se atreverían a realizar. Y nos encanta pensar, que ellos ni siquiera imaginan lo que estamos a punto de cometer en el anonimato. Por eso, el ego y la victimización, son el reflejo de la destructiva presión social que no se cansa de asfixiarnos, porque si dices que te vas a suicidar, van a decir que estás loquito, que eres un problemático, que eres débil y que debes ser recluido en un manicomio.
Así, tu vida quedará socialmente borrada del mapa, lo cual nos hace sentir peor, ya que es la falta de oportunidades laborales, la ausencia de amor en el seno de la familia, y la carencia de relaciones interpersonales, lo que en muchos casos, origina el pensamiento continuo de matarnos. En definitiva, nos suicidamos por el complejo de victimización, por el ego y por la presión social que obliga a quedarnos en silencio y callar el suicido.
Es hora de formular la inevitable pregunta ¿Qué hacer para no cometer el suicidio? Pues es lo más fácil y lo mas difícil de responder. Creemos que debes pedir ayuda a toda costa. Sin dudas, sin reclamos y sin inhibiciones. Es así de simple. Si de verdad estás tan desesperado como para pensar en suicidarte, ¿Qué te importa el qué dirán? No debe importarte en absoluto, que algunas personas te miren raro, se burlen o te llamen loco. Te aseguro que algún ser bendito terrenal, estará dispuesto a brindarte ese apoyo solidario que tanto necesitas, a cambio de que tú te atrevas a soltar esos injustificados complejos psicosociales, y decidas darte una segunda oportunidad en la vida, para cambiar por un mejor futuro lleno de confianza.
Lo que debemos hacer, es reorientar el sentimiento suicida por un nuevo escenario existencial, en el que tú mismo te digas "Ya no me importa nada". Y entonces, verás como pedir ayuda se volverá en tu ilusión, en tu meta y en tu sueño por alcanzar. Al diablo con lo que digan los demás. Si empiezas a sentir que la muerte no es la respuesta, pues debes volverte más extrovertido, más conversador y mucho más espontáneo. No importa que estés fingiendo una personalidad distinta a la tuya. Eso es lo más normal del mundo y no debe limitarte.
Por el contrario, el chiste es aprovechar que ya no te interesa nada en la vida, para decirles claramente a todos que piensas suicidarte. Sin vacilaciones, sin ironías y sin frases engañosas. Sea por una enfermedad, por un desamor, por problemas de dinero, o por inconvenientes en el colegio, en la oficina o en el hogar. Díselo a tu mamá, a tu papá, a tus vecinos, a tus profesores, a tus tíos, a tus abuelos, a tus amigos, a tus colegas, al panadero, al carnicero, a los policías, al sacerdote, al médico y a cualquier persona que se cruce en tu nuevo camino hacia el autocontrol. Díselo a todo el mundo. Dile adiós a la pena y a la vergüenza. Si te atreves, ya verás como entre tanta indiferencia, siempre aparece un ser bendito terrenal que te escuchará, te comprenderá y te ayudará de manera sincera y sin juzgarte.
Querido amigo mío y amiga mía, NO olvides que detrás del suicidio lo que existe es una profunda sensación de vacío interior, que explota a cada momento dentro de nosotros, y que si aprendemos a comunicar oralmente ese mensaje con otras personas, empezaremos a sentirnos parte de una nueva y positiva experiencia por recorrer. De pronto, el suicidio ya no es la única alternativa para acabar con el dolor. Ahora sentimos que hay una pequeña luz de esperanza, que va alejando al macabro pensamiento de suicidarnos, el cual vamos olvidando y va quedando en un pasado reciente.
Ahora nos obsesionamos con pedir ayuda. Queremos que todos sepan lo que estamos sufriendo, y lo mejor de todo, es que al interactuar con otras personas, nos damos cuenta que ellos también sufren situaciones adversas, tal como ocurre en nuestras vidas, por lo que empezamos a sentir empatía, y finalmente nos entienden, nos escuchan y nos aprecian. Te lo digo en serio mi buen amigo, antes de suicidarte, mírate frente al espejo, ponte en los zapatos del tiempo omnipresente y reflexiona sobre todo lo que visualizas a tu alrededor. No te quedes callado. Todos estamos inmersos en el mismo barco de la vida. No dejes que el vicio, la soledad y la confusión te roben las ganas de seguir viviendo.
Perdónate y perdónalos. Déjate de complejos y pídele a propios y extraños que te ayuden en tu nuevo proceso de valoración personal. Si lo haces de corazón y con una gran convicción, te aseguro que en un abrir y cerrar de ojos, serás rescatado y salvado como un día lo hicieron conmigo. No debemos caer en el pecado de la ignorancia llamado suicidio. El sol brilla para quienes se atreven a mirarlo de frente. Grita lo que sientes y libérate. El momento de cambiar es ahora. Ya no leas estas palabras, apaga el monitor de tu computadora y despierta en busca de ayuda. No te vas a arrepentir…
¿Te atreves?
Sí
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La desesperación se apodera de nosotros. Los malos pensamientos se adueñan de nuestra mente y sólo queremos conseguir un poco de alivio, para no seguir sintiendo ese agónico malestar que nos transforma en basura, en una cosa miserable, en una aberración humana. Simplemente ya no deseamos vivir, porque el dolor superó nuestra capacidad de aguante, y las ganas de seguir viviendo quedaron estancadas.
Cuando ya no podemos soportar el dolor, empieza a llegar a nuestra cabeza la idea de suicidarnos. Es la forma más fácil, más rápida y más práctica de terminar con el sufrimiento, que por mucho que lo intentamos, jamás pudimos curar. Lo primero que hacemos es imaginarnos la hipotética muerte. Mientras más pensamos en ejecutar el suicidio, va aumentando la posibilidad de hallar la paz, el alivio y el sosiego. Sentimos que es el mejor camino para olvidarnos de todo el calvario que estamos atravesando. Simplemente la vida se nos volvió negra en todo el sentido de la palabra.
Te dan ganas de volverte loco, de romper una cúpula de vidrios, de hacer estallar la pantalla del televisor, de trepar el techo a sangre fría, y te conviertes en un animal, en una bomba de tiempo y finalmente en un diablo. Ninguno de nosotros quiere suicidarse, eso es más que obvio, pero cuando te cansas de intentar salir adelante, y te golpeas una y mil veces de frente con la pared, ya sabes que nada va a cambiar y lo mejor es ponerle punto final a esta maldita historia.
El Mundo nos invita a ser optimistas, a no darnos por vencido y a seguir luchando, pero eso es muy fácil decirlo desde afuera, aunque cuando realmente te topas con la realidad real de esa persona, entiendes que el dolor se vuelve insoportable, y el suicido no es más que la representación del desquicio final. Yo sé por lo que estás pasando, porque lo viví en carne propia. A medida que seguimos pensando en suicidarnos, sentimos que todo lo malo se irá en un santiamén. Es cierto que toda la crisis desaparecerá a costa de perder la sagrada vida, pero el sacrificio nos permitirá descansar en paz.
Es común que busquemos el lugar y el método efectivo para suicidarnos. De hecho, podemos hasta practicar y perfeccionar la forma de efectuarlo. Poco a poco, nuestra imaginación se encarga de recrear toda la escena del suicidio, incluso, pensando en el rostro de nuestros padres al encontrarnos muertos en la habitación, o cuando los vecinos descubran el siniestro crimen perpetrado. Sin duda, suicidarse es la mejor solución para resolver un problema que es imposible de resolver. Vemos que el suicido se transforma en una ilusión, en una meta, en un sueño fácilmente alcanzable, pese a que nos duela mucho cometerlo.
A partir de ese instante, llegan las lágrimas, el llanto y el odio desmedido. Sentimos una agresividad que supera la razón, por tanta impotencia, por tanta frustración y porque sabemos que somos cobardes al no seguir luchando. Pero, ya tenemos el alma rota de tanto intentar y fallar, seguir intentando y seguir fallando. Ya habiendo decidido suicidarnos, ahora toca elegir el método definitivo que vamos a usar, ya sea drogándonos sin consecuencia, disparándonos con la escopeta, envenenándonos con raticida, cortándonos las venas o ahorcándonos con una soga al cuello. Lo que queremos es morir rápidamente. Sin drama, sin culpa, sin pensar en lo que pasó. Sólo es cuestión de presionar el gatillo y terminar con la caótica pesadilla.
Una vez decidimos suicidarnos, es cuando entramos en conflicto existencial, porque si bien queremos terminar con nuestra desgracia, el mismo instinto de supervivencia que envuelve al Hombre, lo obliga a seguir preso en su laberinto, esperando un supuesto cambio por vislumbrar. Eso nos hace un grave daño emocional, porque así vamos pasando el aletargado tiempo de espera, que sin darnos cuenta, nos volvió adictos al dolor, a sufrir y a maldecir, para drenar todo ese temor de terminar con la vida.
Finalmente lo hice. Me suicidé. Elegí ahogarme de madrugada en la laguna de puerto azul, ubicada en el estado Zulia de Venezuela. No me arrepiento de nada, porque murió el dolor, murió la histeria, murieron las promesas falsas y murió la depresión. Simplemente estoy muerto. Ahora que vivo realmente un infierno, me doy cuenta de lo tonto que fui, al no haber aprovechado esa maldita desesperación para pedir ayuda, y encontrar una mano amiga que me ayudara a salir de mi problema. Por desgracia, muy tarde me autodescubrí y supe lo que estaba pasando conmigo.
Primero, tenemos una gran necesidad de victimizarnos. Nos gusta sentirnos heridos, golpeados, amenazados y culpables. Disfrutamos sentir que no somos entendidos, que nadie sabe por lo que estamos pasando, que todos son felices y nosotros estamos ahogados en la tristeza. Es allí donde aparece el ego, que se manifiesta en el orgullo de no querer recibir ayuda, de no pensar en esas personas que sufren muchísimo más que nosotros, y siguen aferrados a la vida que les tocó vivir. Nos sentimos grandes, valientes e independientes al decidir el cómo y el cuándo suicidarnos, sin pedirle permiso a los dioses, sin considerar el castigo de los padres, y sin escuchar las ofensas del prójimo.
El ego nos lleva a perdernos en nuestro mundo oculto, que nunca lo compartimos con nadie. Nos gusta saber que estamos planificando hacer algo prohibido, que las demás personas nunca se atreverían a realizar. Y nos encanta pensar, que ellos ni siquiera imaginan lo que estamos a punto de cometer en el anonimato. Por eso, el ego y la victimización, son el reflejo de la destructiva presión social que no se cansa de asfixiarnos, porque si dices que te vas a suicidar, van a decir que estás loquito, que eres un problemático, que eres débil y que debes ser recluido en un manicomio.
Así, tu vida quedará socialmente borrada del mapa, lo cual nos hace sentir peor, ya que es la falta de oportunidades laborales, la ausencia de amor en el seno de la familia, y la carencia de relaciones interpersonales, lo que en muchos casos, origina el pensamiento continuo de matarnos. En definitiva, nos suicidamos por el complejo de victimización, por el ego y por la presión social que obliga a quedarnos en silencio y callar el suicido.
Es hora de formular la inevitable pregunta ¿Qué hacer para no cometer el suicidio? Pues es lo más fácil y lo mas difícil de responder. Creemos que debes pedir ayuda a toda costa. Sin dudas, sin reclamos y sin inhibiciones. Es así de simple. Si de verdad estás tan desesperado como para pensar en suicidarte, ¿Qué te importa el qué dirán? No debe importarte en absoluto, que algunas personas te miren raro, se burlen o te llamen loco. Te aseguro que algún ser bendito terrenal, estará dispuesto a brindarte ese apoyo solidario que tanto necesitas, a cambio de que tú te atrevas a soltar esos injustificados complejos psicosociales, y decidas darte una segunda oportunidad en la vida, para cambiar por un mejor futuro lleno de confianza.
Lo que debemos hacer, es reorientar el sentimiento suicida por un nuevo escenario existencial, en el que tú mismo te digas "Ya no me importa nada". Y entonces, verás como pedir ayuda se volverá en tu ilusión, en tu meta y en tu sueño por alcanzar. Al diablo con lo que digan los demás. Si empiezas a sentir que la muerte no es la respuesta, pues debes volverte más extrovertido, más conversador y mucho más espontáneo. No importa que estés fingiendo una personalidad distinta a la tuya. Eso es lo más normal del mundo y no debe limitarte.
Por el contrario, el chiste es aprovechar que ya no te interesa nada en la vida, para decirles claramente a todos que piensas suicidarte. Sin vacilaciones, sin ironías y sin frases engañosas. Sea por una enfermedad, por un desamor, por problemas de dinero, o por inconvenientes en el colegio, en la oficina o en el hogar. Díselo a tu mamá, a tu papá, a tus vecinos, a tus profesores, a tus tíos, a tus abuelos, a tus amigos, a tus colegas, al panadero, al carnicero, a los policías, al sacerdote, al médico y a cualquier persona que se cruce en tu nuevo camino hacia el autocontrol. Díselo a todo el mundo. Dile adiós a la pena y a la vergüenza. Si te atreves, ya verás como entre tanta indiferencia, siempre aparece un ser bendito terrenal que te escuchará, te comprenderá y te ayudará de manera sincera y sin juzgarte.
Querido amigo mío y amiga mía, NO olvides que detrás del suicidio lo que existe es una profunda sensación de vacío interior, que explota a cada momento dentro de nosotros, y que si aprendemos a comunicar oralmente ese mensaje con otras personas, empezaremos a sentirnos parte de una nueva y positiva experiencia por recorrer. De pronto, el suicidio ya no es la única alternativa para acabar con el dolor. Ahora sentimos que hay una pequeña luz de esperanza, que va alejando al macabro pensamiento de suicidarnos, el cual vamos olvidando y va quedando en un pasado reciente.
Ahora nos obsesionamos con pedir ayuda. Queremos que todos sepan lo que estamos sufriendo, y lo mejor de todo, es que al interactuar con otras personas, nos damos cuenta que ellos también sufren situaciones adversas, tal como ocurre en nuestras vidas, por lo que empezamos a sentir empatía, y finalmente nos entienden, nos escuchan y nos aprecian. Te lo digo en serio mi buen amigo, antes de suicidarte, mírate frente al espejo, ponte en los zapatos del tiempo omnipresente y reflexiona sobre todo lo que visualizas a tu alrededor. No te quedes callado. Todos estamos inmersos en el mismo barco de la vida. No dejes que el vicio, la soledad y la confusión te roben las ganas de seguir viviendo.
Perdónate y perdónalos. Déjate de complejos y pídele a propios y extraños que te ayuden en tu nuevo proceso de valoración personal. Si lo haces de corazón y con una gran convicción, te aseguro que en un abrir y cerrar de ojos, serás rescatado y salvado como un día lo hicieron conmigo. No debemos caer en el pecado de la ignorancia llamado suicidio. El sol brilla para quienes se atreven a mirarlo de frente. Grita lo que sientes y libérate. El momento de cambiar es ahora. Ya no leas estas palabras, apaga el monitor de tu computadora y despierta en busca de ayuda. No te vas a arrepentir…
¿Te atreves?
Sí
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