1 DE MAYO
Por Carlos Fermín
¡TRABAJAR! Parece mentira las cosas que somos capaces de hacer, de decir, de ocultar y de negar por conseguir un bendito o maldito trabajo. ¡WOW! Esa palabrita va de boca en boca susurrando el oído de sus inocentes víctimas. El trabajo todo lo justifica y todo lo codicia. Parece que trabajar tiene más de traba que de trabajo. Tanto así, que se convirtió en el trago amargo de muchísimas personas a escala global.
La alegría de tener un trabajo bien remunerado, la tristeza de perder nuestro querido empleo, la rabia canina de ser despedidos injustamente, la incertidumbre de ser aceptados o rechazados por la junta directiva, la vergüenza de llegar a casa sin el pan de cada día, las miradas nerviosas en una entrevista laboral, y la suerte moral de trabajar haciendo lo que realmente disfrutamos hacer. Entre privilegios y maleficios, el trabajo es la esencia manifiesta del Ser Humano. Saca a relucir sus miedos, sus cualidades, sus angustias, sus torpezas, sus aciertos y sus bajos instintos. Trabajar es todo lo que necesitamos para ser felices en la vida, siempre y cuando no echemos un vistazo debajo del escritorio.
Mientras más ladres, más oportunidades tienes de ganar. Mientras menos ladres, más oportunidades tienes de progresar. Cuando se trata de trabajar, el fin siempre justifica el medio para conseguirlo. De hecho, esa es la definición perfecta a la hora de entrenar el concepto de trabajar en el planeta Tierra. Podemos transformarnos en máquinas cronometradas, capaces de agradar o ensuciar los valores y los antivalores del Mundo. Nuestros deseos corporativos se asemejan a la forma y el fondo de una aspiración personal, que se lleva todo lo que consiga a su paso. No me gusta tener que repetirlo, pero el fin siempre justifica el medio para conseguirlo.
La alegría de tener un trabajo bien remunerado, la tristeza de perder nuestro querido empleo, la rabia canina de ser despedidos injustamente, la incertidumbre de ser aceptados o rechazados por la junta directiva, la vergüenza de llegar a casa sin el pan de cada día, las miradas nerviosas en una entrevista laboral, y la suerte moral de trabajar haciendo lo que realmente disfrutamos hacer. Entre privilegios y maleficios, el trabajo es la esencia manifiesta del Ser Humano. Saca a relucir sus miedos, sus cualidades, sus angustias, sus torpezas, sus aciertos y sus bajos instintos. Trabajar es todo lo que necesitamos para ser felices en la vida, siempre y cuando no echemos un vistazo debajo del escritorio.
Mientras más ladres, más oportunidades tienes de ganar. Mientras menos ladres, más oportunidades tienes de progresar. Cuando se trata de trabajar, el fin siempre justifica el medio para conseguirlo. De hecho, esa es la definición perfecta a la hora de entrenar el concepto de trabajar en el planeta Tierra. Podemos transformarnos en máquinas cronometradas, capaces de agradar o ensuciar los valores y los antivalores del Mundo. Nuestros deseos corporativos se asemejan a la forma y el fondo de una aspiración personal, que se lleva todo lo que consiga a su paso. No me gusta tener que repetirlo, pero el fin siempre justifica el medio para conseguirlo.
Así, nos vamos creyendo dueños de la verdad, para asegurar el renombrado trabajo al que pertenecemos. Los convierte en personas de bien juicio, que luchan y se sacrifican a diario por conseguir monedas de oro, que oculten la miseria espiritual que apremia el destino. Todo se nubla, se contrae y se oscurece más y más, conforme la búsqueda de auto-superación se confabula con las galletas de la manipulación mediática. Vamos trazando un camino que marcha al ritmo de trampas, bajezas y artimañas sociales capaces de volvernos tan ciegos por dentro, que finalmente aprendemos a contemplar el paisaje con los ojos de la indomable traición a cuestas.
Ya quedando bien moldeado a imagen y semejanza del podrido dinero, entonces es tiempo de cavar un nuevo hoyo existencial en las mágicas virtudes de sus colegas y compañeros de trabajo. Una vez que tocamos fondo y mucho más abajo, empezamos a saborear la gracia de caer en desgracia, hasta el punto de sonreír cuando deseamos llorar, de dar un fuerte apretón de manos cuando quisiéramos un fuerte quebrajo de navaja, y a fingir interés común mientras asistimos al bautizo de nuestro primer hijo. Todo se enreda y se desenreda conforme vayamos creyendo en esas blasfemias.
El trabajo ya no es la palabra del sermón dominical, sino el verbo que otorga el significado de la vida. Es el gran señor imputable que todo lo permite y todo lo consagra, siempre y cuando sigamos presos al reloj despertador, al espejo de los años perdidos, al castigo de la rutina laboral, al infernal tráfico citadino, a la asfixiante corbata que apuñala la razón, y a nunca sacar ese dolor que nos revienta por dentro. ¿El resultado? Muy fácil. Después de partirte el lomo trabajando como una mula en la calle, llegas al hogar dulce hogar y empiezas a pegarle con salvajismo a tu esposa, luego le das una serie de correazos a tus hijos, mientras maldices la vida que te toca vivir y dejas que la borrachera se lleve el huracán de la irracional inocencia inhumana.
Ya quedando bien moldeado a imagen y semejanza del podrido dinero, entonces es tiempo de cavar un nuevo hoyo existencial en las mágicas virtudes de sus colegas y compañeros de trabajo. Una vez que tocamos fondo y mucho más abajo, empezamos a saborear la gracia de caer en desgracia, hasta el punto de sonreír cuando deseamos llorar, de dar un fuerte apretón de manos cuando quisiéramos un fuerte quebrajo de navaja, y a fingir interés común mientras asistimos al bautizo de nuestro primer hijo. Todo se enreda y se desenreda conforme vayamos creyendo en esas blasfemias.
El trabajo ya no es la palabra del sermón dominical, sino el verbo que otorga el significado de la vida. Es el gran señor imputable que todo lo permite y todo lo consagra, siempre y cuando sigamos presos al reloj despertador, al espejo de los años perdidos, al castigo de la rutina laboral, al infernal tráfico citadino, a la asfixiante corbata que apuñala la razón, y a nunca sacar ese dolor que nos revienta por dentro. ¿El resultado? Muy fácil. Después de partirte el lomo trabajando como una mula en la calle, llegas al hogar dulce hogar y empiezas a pegarle con salvajismo a tu esposa, luego le das una serie de correazos a tus hijos, mientras maldices la vida que te toca vivir y dejas que la borrachera se lleve el huracán de la irracional inocencia inhumana.
Todo conspira a favor de conseguir y mantener un digno trabajo para ahogar las penas del alma. Eres un maldito cobarde, animal y bestia. Fue lo que ella le gritaba a su marido, minutos antes que lo perdonara frente a las autoridades policiales, sin pensar en la pesadilla de sangre que seguirán viviendo sus niños. Todo se olvida y se perdona para jamás perder el machismo sin condón, que acaricia con rabia cada viernes por la noche. La contradicción de la bestia en su pleno apogeo.
¡Wow! Trabajar es mucho más que una palabrita insignificante que repetimos hasta la saciedad, Recuerda que el fin justifica el medio para conseguirlo. Por desgracia, trabajar viene siendo la causa y la consecuencia de una infinidad de adversidades que confronta la Sociedad Moderna. Es el resultado de un circulo vicioso que esclaviza el discernir de las personas, para nunca reflexionar sobre el violento modo de vida que aprendemos a sobrellevar, detrás de una falsa conciencia social en la que siempre pagan justos por pecadores.
Es cierto que la desesperación nos lleva a cometer gravísimos errores en la vida, pero cuando te acostumbras a disfrutar y a rentabilizar ese cúmulo de equivocaciones, a cambio de recibir más y más plata, entonces debemos ser conscientes del detonante emocional que tarde o temprano, relucirá en la verdadera naturaleza de nuestros actos. Si por un momento olvidamos las presiones socio-económicas del entorno, y comenzamos a asumir una actitud crítica en torno a los pensamientos y a las decisiones que nos delimitan como ciudadanos, seguro que podríamos cerrar los ojos, respirar profundamente y abrir la clarificada ventana del autodescubrimiento.
¿Te atreves?
[email protected]m
¡Wow! Trabajar es mucho más que una palabrita insignificante que repetimos hasta la saciedad, Recuerda que el fin justifica el medio para conseguirlo. Por desgracia, trabajar viene siendo la causa y la consecuencia de una infinidad de adversidades que confronta la Sociedad Moderna. Es el resultado de un circulo vicioso que esclaviza el discernir de las personas, para nunca reflexionar sobre el violento modo de vida que aprendemos a sobrellevar, detrás de una falsa conciencia social en la que siempre pagan justos por pecadores.
Es cierto que la desesperación nos lleva a cometer gravísimos errores en la vida, pero cuando te acostumbras a disfrutar y a rentabilizar ese cúmulo de equivocaciones, a cambio de recibir más y más plata, entonces debemos ser conscientes del detonante emocional que tarde o temprano, relucirá en la verdadera naturaleza de nuestros actos. Si por un momento olvidamos las presiones socio-económicas del entorno, y comenzamos a asumir una actitud crítica en torno a los pensamientos y a las decisiones que nos delimitan como ciudadanos, seguro que podríamos cerrar los ojos, respirar profundamente y abrir la clarificada ventana del autodescubrimiento.
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